Feb 20, 2017 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Home run para Denzel y Viola
Tras su éxito por los escenarios de Broadway, era de esperar que al bueno de Denzel Washington le entrasen ganas por mutar Fences, la obra de August Wilson, de las tablas a la gran pantalla. Y de momento en lo que a nominaciones y premios por el camino se refiere no le está yendo nada mal a nuestro amigo Washington: Globo de Oro y Bafta para la siempre impoluta Viola Davis y cuatro nominaciones en los ansiados Oscars, incluyendo mejor película y mejor actor. El viento a favor de la reivindicación anual llamada #OscarSoWhite no hace más que aumentar las posibilidades de éxito de este teatro en pantalla nutrido de brillantes interpretaciones.
La historia nos enmarca en los serenos años 50 dentro del sosiego de un barrio afroamericano de Pittsburgh, en Pennsylvania, donde sobreviven los Maxson, con la paga mensual de unos 70 dólares que recibe Troy (Denzel Washington) el patriarca de la casa y uno de los primeros grandes jugadores negros que jugó en la liga americana de beisbol. Junto a su esposa (Viola Davis), sus dos hijos, su hermano Gabe -discapacitado y veterano de la II Guerra Mundial- y su mejor amigo Bono, Troy irá luciendo su extensa verborrea embadurnada en los terrenos de juego con una botella en la mano y una verja de madera por hacer, a la vez que lo iremos conociendo, tanto en sus tormentos pasados como en la problemática insospechada que le viene encima…
Trabajando con la gruesa madera de roble y no con la fina y frágil de pino, Denzel Washington filma con serenidad y contundencia una obra que alcanza toda su cenit en el duelo de primeros planos entre el protagonista y Viola Davis, que nos brinda una de sus mejores interpretaciones en pantalla a través de lágrimas y mocarrones de pleno dolor. Podríamos discutir, y sería una discusión apropiada y coherente, sobre dónde hay que buscar la novedad en esta evolución de Broadway a la gran pantalla, pero este interrogante fácilmente es limado con el disfrute y placer que se inocula cuando nadie del reparto coral chirría en un sólo gesto y credibilidad de un texto que pide permiso para reposar en nuestra mente. En la cocción del mismo hay espacio para el amor y dolor fraternal a partes iguales, para el oscuro pasado y el igual de opaco futuro al que ha de combatir cualquier afroamericano de aquellos lares y épocas pero también para ejecutar un santo concepto del milagro celestial, encarnado por el personaje menos cuerdo pero más tierno de los que se pasean por el jardín de los Maxson, soleado y lleno de esperanzas y desdichas.
Fences es un más que digno trabajo de Denzel Washington al que ha cuidado y mimado tanto como director y actor y que, a pesar de que el espectador no encuentre ninguna virtud original en su planificación y concepto, apenas precisará escarbar en su carne para deleitarse con una de las mejores interpretaciones corales del año, sobre todo de una Viola Davis que deberían entregarle el Oscar sin votación alguna. Los strikes en cada mirada y lágrimas nos lo dejan claro: Home run para ambos.
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