Feb 20, 2017 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Muchos necesitábamos otro buen chute
Veinte años que para muchos han podido pasar como un suspiro…o bien como una eternidad. Dependiendo del mono que nos dejase a cada quien aquél chute de heroína, adrenalina y electricidad con el que Danny Boyle nos sorprendió a todos en Trainspotting, hemos esperado con más o menos ansia el regreso de Spud, Renton, Sick Boy y Begsie, los cuatro yonkis protagonistas de una película que se inoculó como un rayo en nuestras venas y que hoy en día es considerada toda una referencia del celuloide de mediados de los 90. Lo que sí quedó claro es que fuimos muchos los que necesitábamos otro buen chute que al fin podemos ingerir en T2:Trainspotting, la secuela que bajo un manto de expectación se abriga en pleno invierno a nuestra cartelera.
John Hodge, como ya hiciera en 1996, vuelve a adaptar para la gran pantalla la siguiente entrega del novelista Irvine Welsh, en esta ocasión «Porno», que continúa las vidas de los cuatro protagonistas que dejamos a la intemperie dos décadas atrás. Mark Renton (Ewan McGregor), Sick Boy (Johny Lee Miller), Spud (Ewen Bremner) y Francis Begbie (Robert Carlyle), tratan de poner en orden su desestructurada vida tan pataleada por un pasado absolutamente marcado por la drogoadicción entre un grupo en total desunión que buscará emprender -no sin trampa, picardía y delincuencia- un nuevo y especial negocio que les sirva como último clavo ardiendo de esperanza al que agarrarse.
Si bien es cierto que el efecto sorpresa aquí queda del todo diluido -como es lo habitual en toda secuela- la vuelta de la jeringa a nuestras manos aprueba con nota y justifica su regreso a través del pulso firme y de la cabeza dinámica de un Danny Boyle más punzante que nunca. El alcohol, el sexo sucio -y no tan sucio- con mujeres jóvenes, el amor y frustración fraternal, la venganza, la superación y, sorprendentemente, cierta loa a la emprendeduría aparecen veinte años después en un estado de forma digno, aunque musicalmente bastante menos potente en las versiones de antaño de Iggy Pop y Lou Reed. Si a este buen batido macerado de dos décadas le sumamos un par de escenas impetuosas y formidables entre McGregor y Carlyle, podemos certificar que la espera al nuevo cargamento de coca ha merecido la pena.
T2:Trainspotting no es mejor -ni pretendía serlo- que su predecesora de culto, pero sí es una secuela que salva muchos de los riesgos en los que podría haber caído, por ejemplo el de la indiferencia absoluta de los más ajenos de la trama quienes pasaran un buen rato con sus alocados personajes o el de los guiños y aroma exclusivo del universo de estos yonkis escoceses cuyos fans seguirán disfrutando y aplaudiendo con cierta nostalgia pero también con el apetito renovado y el mono por meterse.
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