Abr 19, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Con sorna y guasa, pero todos queremos acabar con los banqueros
¿Llegará a tiempo, o no llegará a tiempo? Era la gran preocupación de Isaki Lacuesta, director de Murieron por encima de sus posibilidades sobre la fecha de estreno de una cinta que te habla con sonrisa pero con un trasfondo cínico y amargo sobre la calamitosa crisis económica que la gran mayoría de ciudadanos hemos y seguimos padeciendo. Porque sí, lamentablemente (o afortunadamente), tras su previo paso por el Festival de San Sebastián, este último trabajo del cineasta guipuzcoano sí que ha llegado a tiempo o, mejor dicho, en un buen momento acorde con su temática, si atendemos al punto en donde nos encontramos: por mucho que se empeñen esos que nos gobiernan y que no pisan la calle ni para comprar una baguette, seguimos sufriendo las consecuencias de un desastre en el que todos (no hay que negarlo) tenemos parte de culpabilidad pero que, buena parte de la misma habríamos de buscarla en esos centros que juegan de forma maniquea con el dinero que les prestamos, osease, los bancos. Y esta eterna situación que se nos está pegando a cada ciudadano como un traje de neopreno al cuerpo, le viene muy bien a esta película para presentarse en sociedad, un filme rodado entre amigos y descansos, y con un camino de rodaje de dos años.
La historia que escribe el propio Isaki Lacuesta nos sitúa en la plena locura acaecida en cinco ciudadanos a causa de la gran crisis económica que vive un (supuesto) país, muy parecido a España. Con sus vidas ya destrozadas, el grupo (que encarnan: Raúl Arévalo, Julián Villagrán, Albert Pla, Jordi Vilches e Ivan Telefunken), confeccionan un complejo pero ambicioso plan, con tal de dar con la solución y acabar de una vez por todas con la penuria económica mundial: secuestrar al presidente del Banco Central (Josep Maria Pou) para exigirle que aplique las medidas que devuelvan la esperanza al pueblo.
Murieron por encima de sus posibilidades -que ya de por sí es un buen título como gancho atractivo para acercarse a consumirlo- funciona mejor en su trasfondo, descarado y áspero, que en su más rugosa y explícita superfície. Es en esta capa tangible, en aquellas escenas que nos muestran (y demuestran) tan exóticas como derrochadoras de un buscado rídiculo sin complejos, donde la película parece salvarse del propio tormento expuesto, gracias a la encomiable labor de un elenco de «Champions League». Estos, en los que no hay un claro capitán pero en los que los diferentes sub-grupos (conformados por Imanol Arias, Carmen Machi y Luis Tosar; José Coronado-Raúl Arévalo; José Sacristán-Iván Telefunken; Sergi López-Jordi Vilches, etcétera), se percibe una intención clara de solidaridad y empatía con el gran número de habitantes de este país (y planeta) que desean con todas sus fuerzas echar a patadas a esa troika trajeada de un negro carbón, a la que los dardos comunitarios y precisos apuntan como gran diana culpable de este padecimiento pecuniario que sólo terminará cuando ya haya terminado con cada una de sus víctimas ciudadanas.
Y dentro de esa envoltura tan extravagante como valiente, encontramos varias agudezas que, resultan bastante probables de ser percatadas una vez piensas en el filme cuando ya ha acabado que en el momento en que éste se desarrolla. En este sentido, y sin ánimos de destripar el sinfín de gags socarrones y singulares que brinda el largometraje, no resulta gratuita la persecución inicial con la que se abre el filme, a pleno Sol y en pleno cementerio entre un tímido y personaje (en todas sus acepciones) Ivan Telefunken y todo un respetadísimo José Sacristán: «Es que eres el último cliente que me queda», le precisa -con cara de un niño que acaba de nacer- el primero al segundo, con más sorna de la que a cualquiera, en un primer visionado, le pueda parecer. También la selección musical, a cargo de Albert Pla, merece una pequeña medallita en este aparente campo verde y bucólico de sonrisas, pero lleno de auténticas minas mordaces y juiciosas para esos señores de maletín, traje y corbata.
Murieron por encima de sus posibilidades no será, ni de buen trozo, la comedia del año pero sí resulta un producto nada desechable y necesario para meterle sal a esa herida profunda en nuestros bolsillos que padecemos desde hace ya casi una década. Isaki Lacuesta demuestra una vez más que es uno de nuestros cineastas más valientes y con menos complejos del panorama audiovisual y, seguramente por eso, es uno de los poquísimos directores en lograr trabajar con un inmenso elenco de artistas insuperable y, seguramente también sólo por esa razón, este filme merece una gran oportunidad.
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