Feb 25, 2021 Pau Sauri Soriano Críticas, Críticas 0
Por Pau Sauri Soriano
Una Oda al coleccionismo de libros
Tapa dura, blanda, publicado hace cien años o hace dos, qué más da, tinta negra sobre papel casi siempre es la combinación ganadora. Mentiríamos si dijésemos que los libros, esos del estante, no tienen algo mágico inherente en ellos por el simple hecho de ser lo que son, libros. Los vemos allí en lo alto de la montaña, cubiertos por la historia esperando a la persona indicada para contarle todo eso que aún no conoce, según Fran Lebowitz, escrituras de los dioses. En Libreros de Nueva York de D.W. Young, somos capaces de adentrarnos en uno de los espacios más íntimos para ciertas personas, sus librerías. Puede que alguna sea más grande que otra, o que esté más ordenada o, incluso, que ya no exista, pero lo que todas y cada una de ellas comparten es su condición, son templos dedicados al libro.
Poster Libreros de Nueva York
Al pensar en un librero, seguramente, nos venga a la cabeza alguien parecido a Thomas Hill en La Historia Interminable, el misterioso personaje de la conocida película de los 80. D.W. Young, sin embargo, nos planta delante de las narices una fauna muy extensa de distintas personas dedicadas en cuerpo y alma a la profesión de la venta y el coleccionismo de libros. Todas sus historias confluyen y nacen, en el documental, en la Feria Internacional del Libro Antiguo en Nueva York, espacio donde se exponen y, con un poco de suerte, se venden antiguallas valiosísimas como algunas de las Biblias de Gutenberg o primeras ediciones del Quijote. Cabe destacar también el papel de Fran Lebowitz en el metraje, ya que, con un gran sentido del humor, parece que vaya comentando la jugada desde la butaca de al lado.
Fran Lebowitz en Libreros de Nueva York
Más allá de presentar esta profesión, lo bonito de la pieza de Young es la parte humana, los pequeños retratos individuales de cada coleccionista con su propia visión de la vida y su trabajo. Es en esta perspectiva individual, al presentar diferentes realidades, donde aparecen conceptos como la predominancia masculina en la profesión. El largometraje pone nombre a grandes figuras femeninas de la industria, entre los que destacan Leona Rostenberg and Madeleine B. Stern, quienes descubrieron que el seudónimo de A.M Bernard pertenecía a Louisa May Alcott, entre otras grandes hazañas.
Libreros de Nueva York plasma algo realmente importante y con lo que es muy fácil conectar, la pasión. Seas o no amante del coleccionismo de libros, o del mundo editorial en general, escuchar a alguien que ha dedicado toda su vida a una profesión, la que sea, siempre es mágico y gratificante.
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