Dic 26, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Como la tortilla de una madre…¡Ninguna!
Como el frescor consecuente de un caramelito de menta en medio de la chicha carnívora de la cartelera suelen percibirse y saborearse las comedias ligeras del director parisino Eric Lavaine. Tras Bienvenue à bord (2011), y la más reciente Barbacoa de amigos (2014), el envoltorio con título Vuelta a casa de mi madre, viene aquí con la misma promesa que, podemos avanzar, cumple con su cometido (es decir cumple con lo poquito pero gratificante que esperamos de la misma).
La trama, que escribe el propio Lavaine, nos presenta a Stephanie (Alexandra Lavy), una arquitecta cuarentona que irremediablemente se ve obligada a convivir en casa de su madre (Josiane Balasko), tras quedarse en el paro. La convivencia funciona con aparente normalidad, con las manías y antojos de cada una, con unos grados más o menos de temperatura doméstica pero, también, con un curioso secreto que obligará a la «Maman» a reunir en una velada familiar a sus otros dos hijos…
Todo fluye con ligereza y elegancia en la acogedora y dinámica casa de una madre a la que nos rendiremos de encanto desde el primer madrugón al que «somete» a su hija. Si la dirección de Lavaine raya en su contorno tan conocido y efectivo por el buen gusto y con cierto aire telonero del maestro Woody Allen -sobre todo en la construcción de diálogos familiares- la película se aúpa aún más en sus creíbles y entregadas interpretaciones, que capitanean madre e hija pero a la que se suman una hermana (Mathilde Seigner) y hermano (Philippe Lefebvre), que nutren a la tortilla materna o «Picard» del suficiente encanto y tocapelotismo como para instalarnos con ellos en la mesa. Y es que como la tortilla de una madre no hay ninguna y, aún más si cabe cuando ésta se gira a su capricho, que en el fondo no es otro que el del amor sincero a sus tres hijos.
Vuelta a casa de mi madre no supone ningún hito artístico ni conceptual, pero sí aporta una ventilación necesaria en una cartelera a la que le sienta de maravilla el aliento gabacho de nuestros vecinos franceses que, de tan en serio que se toman esto del cine, les salen películas tan tontas como profundas, tan ligeras como necesarias y, sobre todo, tan maternas como la Madre misma, que es esa mujer que no sólo te guarda su techo sino que te entrega media vida.
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