Jul 25, 2012 Dani Arrébola Clásicos 0
Por Dani Arrébola
Dirigida por Carl Theodor Dreyer es una de las cuatro películas con audio del director danés y una de las mejores de toda su filmografía.
Dies Irae (Los días de la ira), es de esas películas en las que uno ha de estar mentalmente preparado para verla. Si estás cansado o has tenido un día malo ni se te ocurra ponerla, o allá tu si tienes la suficiente capacidad para abstraerte hora y media en medio de la penumbra y la ortodoxa seriedad que tiene esta película. El filme se ambienta en el siglo XVII durante la conocida “caza de brujas” en el norte de Europa. Absalom es un reverendo de férrea moral cristiana acentuada por su anciana madre con la que vive. Casado con la bella Ann, muchos años más joven que él, la trama se nuda con la llegada del hijo de Absalom, el joven y apuesto Martin que se enamora de la mujer de su padre.
Al ver esta cinta uno siente la constante angustia, desde el minuto uno hasta el final, que se alimenta por el oscurantismo habitual del cine de Dreyer, el cual juega con una fotografía de altos contrastes en medio de las sombras de los protagonistas. Los interiores de la casa (uno de los elementos preferidos en la obra de Dreyer) toman aquí una importancia vital siendo el escenario de la casi totalidad de este Dies Irae. Unos oscuros interiores para agudizar la extraña sensación claustrofóbica que provoca la película.
Los planos son, en su mayoría, medios y cortos de los personajes combinados con unos encuadres centrados y medidos casi milimétricamente al detalle.
La cinta no obstante, sufre una ausencia de dinamismo ligada a una excesiva calma estática. Este factor es uno de los puntos débiles de la obra ya que no ayuda nada al que (probablemente) sea la carga de la película: la dificultad para enganchar al espectador desde las primeras escenas.
Sin embargo, poco a poco, o si prefieren “a la Chita callando”, Dreyer consigue un logrado producto final con un ritmo lento pero coherente mediante una ejecución escrupulosa, ingredientes que, debido a la naturaleza de la misma, la película pide a gritos.
El director danés toca una vez más los temas del pecado, de la moral cristiana y del amor prohibido exprimiéndolos casi hasta la última gota en un filme que nos descubre la psicología de sus cuatro protagonistas, (sobre todo de los personajes de Absalom y Ann encarnados por Thorkild Roose y Lisbeth Movin.
Una de las escenas más significativas del filme resulta en la que los personajes de Ann y Martin -enamorados- navegan con la barca tranquilamente por el río y topan con un árbol inclinado. En ese momento, Martin, conocedor del error dogmático que está cometiendo en su relación con la esposa de su padre, exclama “Ese árbol está torcido por la tristeza que siente al ver nuestro pecado”a lo que Ann responde “No, es de la felicidad de ver en el agua nuestro reflejo del amor”. Una escena perfecta para metaforizar el bien y el mal, que no deja de ser, al fin y al cabo, la columna que sujeta a toda la película.
Puntuación Ránking Apetece Cine: 6,3
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