Dic 11, 2013 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Un sólido ejercicio de atmósfera Hitchcockiana
Tras la endeble Oliver Twist (2005) y todavía esbozando los últimos soplidos del aliento laureado cosechado en El pianista (2002), Roman Polanski dirige este The Ghost Writer traducido simple y llanamente a nuestro idioma como El Escritor. La singularidad de Polanski la conocemos desde su ópera prima Rosemary’s Baby -terriblemente traducida en nuestro país a La semilla del diablo, título que asesinó toda la intriga de aquella cinta de culto- la cual dejó mudo en 1969 por su técnica y sugestión tanto al público fashion y gafapastas como al resto de los mortales “vulgares”, aquel que mientras ve come palomitas y bebe Coca-Cola. Un estilo innovador que surgió a finales de los 60 en medio de la pirotecnia de artistas judíos que rompieron cualquier convencionalismo establecido hasta entonces en el mundo del cine: ahí emergió el anti-héroe perdedor de Allen; el festín grandilocuente de Coppola; la exaltación de la violencia de Scorsese; el nuevo efectismo digital de Spielberg y una larga retahíla de cineastas que conformaron el bautizo del cine moderno.
El Escritor presenta una atmósfera personal bien construida. Los escenarios poseen vida propia y aquí son protagonistas inanimados del filme. Una energía oscura que provoca cierto corte en la respiración del espectador – algo recurrente en la obra de Polanski- dentro de esa isla tétrica de la costa este americana donde tiene lugar la acción: un reputado escritor el cual no conocemos su identidad e interpretado por el bien parecido Ewan McGregor, acepta a regañadientes terminar la biografía del ex-primer ministro británico Adam Lang (Pierce Brosnan). Un trabajo que el antiguo biógrafo (al que conocemos por Mike) no pudo acabar ya que murió en circunstancias sospechosas. Con el desarrollo de la trama el panorama irá poniéndose cada vez más feo a medida que el protagonista descubra los entresijos fatalmente ocultados por el ex-mandatario Lang y su ex-esposa Ruth, acertadamente interpretada por Olivia Williams. Una especie de comportamiento maquiavélico en el poder que tendrá una enorme repercusión mediática ante la presunta culpabilidad de Lang en la captura ilegal de presuntos terroristas y su entrega a la CIA.
La película sumerge poco a poco al espectador mientras se retuerce el guión in crescendo y dentro de esos paisajes tan aparentemente apacibles como angustiosos: la estancia en esa casa tan contemporánea y minimalista en la que escritor y ex-primer ministro avanzan en la biografía, acentúa la sensación asfixiante de que lo que estás viendo te envuelve en el manto de la tensión narrativa. El protagonista escritor y el equipo de asesores de Lang suben y bajan por unas escaleras tan imponentes que hasta parece necesario pedirles permiso a estas para usarlas. Y la misma importancia sirve Polanski al resto de objetos que, lejos de ser inertes, aquí portan todo un vestido cosido de alma y vitalidad: en muy pocas películas el espectador verá unos cajones y unos papeles que posean esta desmedida fuerza tanto dentro como fuera del plano.
La cinta es también hitchcockiana -la del maestro del suspense es una influencia sempiterna en Polanski- por su manera de tensar la trama; por sus pinceladas de humor ácido y también por la forma de contar en el mismo plano. De hecho hay una escena que parece sacada de la habitación de Norman Bates en Psicosis en la que el escritor, aparentemente, se va a marchar de su habitación sin los trascendentales papeles pero que, finalmente los coge. No obstante, en el filme hay un pero que en suma se convierte en problema: la reiteración. Es una lástima que la sutilidad que posee la película en buena parte de la misma se manche por algún que otro plano prescindible que puede fatigar al espectador más exigente. ¿Por qué hemos de ver las mismas fotos de universitarios de Cambridge en más de una ocasión si con una vez basta? Polanski podría ahorrarse este tipo de insistencias ya que la cinta funcionaría igual, o incluso mejor.
McGregor, como gran actor que es, resulta convincente en su interpretación de escritor come-marrones -que lleva todo el peso absoluto del protagonismo en la cinta- aunque también es cierto que le faltan esos chispazos de expresiones que han conmovido en otros trabajos. A Brosnan se le ve entendido en su personaje. Un rol de poderío esgrimido a una impopularidad apenas salvable. Sin embargo no le exprime todo el jugo que su carácter puede dar y deja, en consecuencia, a un espectador bastante alejado de sentir algo hacia su persona, aunque sea una engañosa compasión. La que sí está perfecta en todos sus planos por lograr sugestión es Olivia Williams en una pseudo femme fatale bien construída en el guión de Robert Harris y el propio Polanski.
El Escritor no deja de ser un buen ejercicio de Polanski que, sin ser su mejor trabajo, se deja ver con solvencia gracias a que los ingredientes básicos que conforman el puré del thriller oscuro funcionan correctamente en sus 128 minutos de metraje.
Puntuación Ránking Apetece Cine: 5,6
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