Feb 24, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
¡Hola armario. Hola cama. Hola claraboya. HOLA HABITACIÓN DEL CINE!
Bajo el simple y fascinante título de La habitación, llega a nuestras salas la última de las ocho películas nominadas a la estatuílla dorada de la Mejor Película, y llega de la mano de su companion irlandesa, Brooklyn, y justo a tiempo -48 horas antes- de la gran gala de la fiesta del cine. Y claro está, podíamos intuir que si había llegado a esta exquisita selección, de buenos motivos justificados estaría armada la cinta de Lenny Abrahamson, mas la sorpresa es mayúscula desde que empieza esa extraña angustia encerrada en unos pocos metros cuadrados en la que encontrarás plasmada en pantalla toda aquella esencia que porta perfumado el buen cine. Sí, estamos encerrados en una habitación mágica y terrorífica, única e inolvidable. ¡La habitación del séptimo arte!
Brie Larson (también nominada), se muestra magnética, contenida cuando toca y aún más irascible cuando el plano lo precisa. El imán metálico que porta este descubrimiento interpretativo se nutre en ese espacio claustrofóbico, de las réplicas gritonas -que no estridentes- de un niño de cinco años, Jack (Jacob Tremblay), con melena de chica, andrajoso pero feliz con el único mundo que conoce y jamás ha visto: el de su habitación, que está provista de un armario donde dormir, un retrete donde desechar las necesidades y una claraboya para poder el «espacio exterior» que se cuela por allí. Pronto y muy hábilmente descubrimos las respuestas al gran interrogante de tanto encierro con penuria -¿o sin penuria? que cada quien desvelará igual de hábil que la historia.
La habitación trata en todo momento de manera inteligente a un espectador que se conmoverá con esa madre tenaz y angustiada y ese chiquillo que expresa media vida y todo un latido de emociones con tan sólo un gélido hálito. Abrahamson transporta la novela de Emma Donoghue con pulso y maestría, con mimo e ingenio, y el film circula por la autopista directa al corazón del espectador en una primera hora fascinante y otra segunda hora con escenas igual de memorables. Pocas veces se ha filmado tan bien un nuevo mundo, un nuevo despertar, un nuevo latido en el pequeño y gran corazón de ese niño al que desearemos abrazar y de esa madre invencible en su objetivo. Y repetiremos con el pequeño Jack la retahíla: «Hola armario. Hola cama. Hola claraboya…» Y le añadiremos de inmediato algo así como: «¡HOLA HABITACIÓN DEL CINE!»
The room es una de esas películas que a uno le acompañarán de por vida, de esas que aparecen como excepción entre un millar y que reconfortan de un hachazo a todo espectador con el buen cine que nunca podemos perder. Con dos brillantes interpretaciones, un guión sutil e inteligente y una atmósfera alucinante y seductora, La habitación merece toda nuestra inclinación y aplauso mientras tragamos saliva con exquisito placer. No sólo no es que valga la pena pagar el precio de su entrada, es que a lo largo del año no van a poder encontrar algo mejor. Imprescindible.
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