Jul 22, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Digno y divertido enredo del maestro Bogdanovich con gruesa pincelada alleniana
Excelente director y excelente téorico, historiador, crítico, documentalista, analista, estudioso y una cola densa de etcétera vinculada al séptimo arte la que porta el bueno de Peter Bogdanovich, una de las mentes más respetadas de la industria en la última mitad de siglo XX. El ya setentón realizador neoyorquino, célebre entre otros por el recordado documental Dirigida por John Ford (1971) y por títulos como La última película (1971) o Luna de papel (1973), regresa a la dirección de largometraje tras más de una década y lo hace dibujando -o intentando dibujar- la sonrisa permanente en la cara con una comedia, Lío en Broadway, que recoge -ya en su título- gruesas pinceladas de su admirado Woody Allen.
Escrita por el propio Bogdanovich junto a su esposa Louise Stratten (y producida por Wes Anderson), la historia sigue el día a día de Arnold Albertson (Owen Wilson), que lleva una vida feliz y sin problema alguno: ejerce como magnífico director teatral en Broadway, está felizmente casado y con dos hijos, y cuenta con una rica vida social y excelentes amigos. Pero la cosa va a dar un giro radical en el momento en que contrata los servicios de Izzy (Imogen Poots), una joven y potencial actriz que alterna su carrera artística con los servicios de compañera nocturna…de los que se ha servido el propio Arnold. En el momento en que Izzy es elegida para el papel de la obra que dirige Arnold, y en la que trabaja su propia mujer (Kathryn Hahn), la tensión irá emergiendo entre cada uno de las víctimas de este enredo en las que se erige como «mediadora» del grupo una nada afable y poco empática psico-analista (Jennifer Aniston).
Lleno de elegancia y buen gusto desde sus mismos títulos de crédito, Lío en Broadway logra sacar su mollera a la superfície gracias, sobre todo al buen pulso que le imprime el maetsro Bogdanovich, pero también a su excelente séquito de actores y actrices que aprovechan, y muy bien aprovechado, cada hueco de la pantalla. Y este digno y divertido enredo te cuenta lo que tantas veces y tan bien nos ha contado ya el maestro Woody Allen, esto es: el laberinto sentimental-psicológico entre tríos -o cuartetos que también caben- inherentes a la condición de esa profesión tan caótica como es la de actor/iz y que es efectivamente eso, profesional; el psico-análisis, aquí encarnado en una sorprendente y convincente Jennifer Aniston que está ligeramente afeándose y envejeciendo para el gusto de muchos, y también, por qué no decirlo, Lío en Broadway plasma entre su telón ese motor que mueve mucho o todo y que no es otro que el dinero o la «pasta» si se trata como en esta película con más oscuridad que simpatía.
Y si Aniston causa algo de estupor placentero en su papel de profesional apática de la psicología, rayan asimismo a un buen nivel el resto del reparto, capitaneado por un Owen Wilson que no es Jesús Calleja pero que podría pasar por su hermano gemelo y que en su rostro de bovalicón mimoso pero ambicioso podemos ser capaces de comprender cuántas preguntas sin respuestas pasan por su enmarañada mente. No obstante, son ellas, las que caen en el corazón del laberinto afectivo, la más joven, Imogen Poots, y la más madura, una sensacional Kathryn Hahn, las que sujetan a la historia de caer en cualquier bostezo mal avenido, gracias a un derroche de virtudes expresivas con alguna que otra escena que fácilmente se le quedará sellada en la retina por un buen ratejo al espectador, como bien puede ser y sin destripar nada, la escena de la audición para el papel al que aspira la joven Izzy.
Lío en Broadway no se ubicará en ningún top de comedias del año, pero es una digna vuelta a la dirección del largometraje del señor Bogdanovich, que seguirá lo que le quede de vida -esperemos que mucha- y más allá de la misma, como una de las figuras más respetadas en el conocimiento del séptimo arte yno solamente al otro lado del charco sino a lo largo de todo el globo terráqueo. No se lo piensen demasiado a la hora de comprar o no su entrada: pasarán un muy buen rato.
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