Ene 17, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Melodrama de nieve demasiado deslizante
Con aquel sugerente título de La teta asustada la realizadora peruana Claudia Llosa demostró ser capaz de llenar de ingenio y arte no solo los vocablos del título, sino también las imágenes que aparecían dentro del mismo. La sobrina del célebre escritor Mario Vargas Llosa, logró con aquella denuncia al terrorismo histórico del Perú, una más que merecida nominación a la estatuilla dorada, a la vez que se imponía con vigoroso aliento como una de las promesas más reveladoras de la industria sudamericana surgidas en este último lustro. Tras haber demostrado su valía al otro lado del charco, Llosa ha encontrado una justa ayuda financiera desde España -entre la que se incluye TVE, Canal + y TV3- para poder sacar adelante y estrenar su nuevo proyecto, que acontece en tierras árticas canadienses y cuyo título No llores, vuela nos incita, al menos, a sentarnos con afán y esperanza en nuestra butaca, que no es poco.
La acción, que no transcurre lejos del círculo polar Ártico, viene dividida y alternada mediante un pasado en el que el personaje de una madre, Jennifer Connelly, mantiene el rol protagonista; y un futuro en el que se nos presenta a su hijo adulto, encarnado por el actor irlandés Cillian Murphy. Madre e hijo se mantienen separados a raíz de un accidente que marcará sus destinos para siempre. En la distancia, ella se convertirá en una famosa artista y él ejercerá de cetrero, o cuidador de halcones, su pasión desde la infancia. La distancia quedará diluida en el momento en que aparece en sus vidas una joven periodista (Mélanie Laurent), que buscará un re-encuentro entre ambos que podría hacerles replantear el sentido de sus actos y de la vida misma.
Si bien el filme cuenta con un punto de partida más que interesante y con un sinfín de ingredientes que aquellos avispados téoricos del cuento llamarían «universales» -el amor filo-maternal, la separación, la culpa, la distancia, la esperanza, etc-, el empecinamiento de Llosa por dificultar la costura de la trama hacia atrás y hacia adelante, como si de un columpio interminable se tratara, resta más que suma al conjunto, y tanto hacer y deshacer el ganchillo termina con cualquier esperanza de lograr una plena conexión emocional con un espectador que lo pedía a gritos. Es altamente probable que, hasta bien pasado buena parte del argumento, uno se pregunte más de una vez si aquellos halcones y lagos helados que contempla, corresponden a un ahora, a un antes o, incluso, a un después.
Y no sería precisamente lícito exigirles algo más a sus protagonistas: Connelly y Murphy se entregan haciendo lo que pueden dentro del territorio helado que forma el perímetro de sus propios personajes, y esa rubia de cutis irreprochable llamada Mélanie Laurent, solventa su encaje de bolillos al que estaba destinado su molesto rol sin llegar jamás (ni por asomo) a dejarnos su pisada sobre la nieve, pero sí al menos a eludir la amenaza árida a la que estaba destinada su interpretación.
No llores, vuela no termina por provocar ninguno de los vocablos que promete el título, quedándose, entre tanto hielo ártico, sin el fuego suficiente para -mínimo- lograr la chispa mágica y solícita que uno merece al pagar su entrada. Que Llosa mueve bien la cámara entre la pálida nevada es una virtud que ya conocemos en su presupuesto artístico, pero este elegante manejo resulta insuficiente si no viene acompañado de un buen tejido capaz de situarse a la misma altura de su valiente y zigzagueado camino.
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