Jun 07, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Dolera en su ópera prima resetea al treintañero con valentía y sensibilidad
Hasta ahora, el nombre de Leticia Dolera solíamos asociarlo única y exclusivamente al de una joven y talentosa actriz, que desde aquella Ángela de Al salir de clase, había encarnado una buena retahíla de personajes tanto en ficciones televisivas como en filmes para la gran pantalla. Sabíamos no obstante, que por la mente inquieta de esta artista catalana corría todo un flujo de potencial creativo, una inventiva expuesta en sus dos pioneros cortometrajes como directora: Lo siento, te quiero (2009) y A o B (C) (2010), pequeñas historias cómicas con un fino y rico pincel dramático que le valieron -como fue el caso del primer título- el premio al mejor corto fantástico en la convención Fantastic Fest. Y detrás de la cámara parece que nos hemos de acostumbrar a relacionar su nombre si atendemos al impulso que su ópera prima como largometraje -de título tan simpático como Requisitos para ser una persona normal y laureada con tres premios en el reciente Festival de Málaga- puede brindar a la buena de Leticia.
Escrita también (y sin ninguna mano adicional) por la propia Dolera, la historia se enmarca dentro de un cuadro cómico-romántico sin rehuir del fino drama. María de las Montañas (Leticia Dolera), es una treintañera a la que la vida no le termina de ir como debería irle a su edad: no tiene pareja ni amigos, su vida familiar es más que pobre y es incapaz de encontrar trabajo. El no va más llega precisamente en una entrevista laboral cuando le preguntan qué tipo de persona es. Tras ello, María de las Montañas se da cuenta que no cumple ninguno de los requisitos para ser considerada una persona normal y es por ello que, con la ayuda de Borja (Manuel Burque), se pone manos a la obra para empezar a tachar y cumplir de esa lista tales requisitos.
«Cuando uno se pone a concebir un proyecto no pretende demostrar cómo es», nos advertía la propia Leticia desde el minuto cero en la entrevista que nos concedió. Pero cuando una película late con sangre propia, brilla con una intensa y personal luz (la misma con la que prácticamente se inicia la historia en plena sección lámparas de IKEA), y permite decodificar, a través de sus planos y diálogos, a su propia directora, es innegable que de una forma inconsciente -como finalmente nos reconoce- la particular y enérgica personalidad de esta joven artista catalana emerge en la obra. El paro, la falta o el exceso de autoestima, el temor al qué dirán y al qué diré en un futuro que cuando uno se planta en los treinta lo ve pasar con un turbo en su regazo, la compañía y la soledad se desarrollan por la película con la misma inercia que se desarrolla la vida y con una extrema sensibilidad que deja ver tras un velo transparente de comedia ligera, una cruda y valiente realidad.
Y si la piel de la historia está contada con la seda íntima que cubre la mente de su creadora, no lo es menos su trabajo interpretativo, otro de los grandes aciertos de Dolera. La actriz brilla con luz propia encarnando a esa protagonista treintañera obligada a pulsar el botón de reset en su vida mientras, de una vez por todas, empieza a conocerse a sí misma. También merecen su espacio de aplauso Manuel Burque y Miki Esparbé, el primero venido desde las carnes humorísticas del monólogo, cuyos gestos incorporados a su pelirrojo y peculiar aspecto físico sugieren al espectador un largo y amistoso achuchón; el segundo, cumpliendo con solvencia y coherencia su papel de «casi perfecto» al que tan sólo le queda en su vida marcar el tic verde de haber logrado pareja. Un cocktail interpretaivo que se sumerge en el quizá algo reiterado, no obstante acorde, acompañamiento musical para la cinta de la compositora catalana Luthea Salom.
Requisitos para ser una persona normal es todo un puño en alto de Leticia Dolera, toda una demostración del potencial artístico de esta joven e inquieta catalana que, a la primera, se muestra valiente, directa y sin complejos. Aparte de todo ello, de ser el principio de lo que puede ser una bonita amistad de esta directora con el espectador, es una obra marca de la casa para recomendarle no sólo a los treintañeros protagonistas de la misma, sino a todo el abanico de público que, situándose en cualquiera de los tramos de ese dios vertiginoso llamado «tiempo», se encontrará de alguna manera identificado en su historia.
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