Mar 13, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Un agradable pestañeo a la nouvelle vague más armoniosa
A partir de este momento deberíamos ir marcando en rojo el nombre y apellido de Sébastien Betbeder, cineasta francés que, tras una retahíla de cortos y mediometrajes, estrena ahora su primer largo: 2 Otoños, 3 Inviernos, un título que incita a abrigarnos con determinación justo en el momento en que empezamos a quitarnos -con delicadeza eso sí- los pesados sayos…quehaceres de la industria cinéfila, que le vamos a hacer. El que escribe estas líneas desconoce si este novel realizador nacido en el departamento de los Pyrénées-Atlantiques es fanático de aquel renacer del séptimo arte y que los teóricos se apresuraron a bautizar como nouvelle vague, pero sí es de suponer tras una rápida mirada a esta obra pionera que, por lo menos, Betbeder ha bebido de la influencia de todo un nombre clásico de aquella época y que -afortundamente- en su senectud octogenaria nos sigue deleitando con su particular cine, me refiero por supuesto al maestro Jean-Luc Godard.
La acción persigue los momentos cruciales en esas cinco estaciones sumadas del título, de los cuatro protagonistas que conforman una historia fragmentada en cuarenta mini-capítulos, y siempre perfumados de cierta esencia romántica. Entre los personajes principales se encuentra Arman (Vincent Macaigne), un treintañero que, justo en el momento en que decide darle un nuevo vuelco a su vida, recibe una puñalada en pleno corazón.
Es digno de alabar el esfuerzo y resultado obtenido de un filme que, recreándose en las fórmulas tan rompedoras como pedantes que auparon hacia el «Altar de los Altares» a ese nuevo cine francés, respira permanentemente por sus propios pulmones sin llegar jamás a intoxicarse de esa postura tan enraizada en lo vanguardístico. De esta manera, los cuarenta chapitres o «capitulillos» que sirven de perímetro para enlatar con estilete y punzón la trama, funcionan más como un plus dentro de toda esta osadía servida con desenfreno por Betbeder, que como una carga molesta e innecesaria dentro del facilón e higiénico argumento -que no es otro que el del poder de los flechazos cotidianos-.
Pero nada de esto lograría arrancar con gracejo y soltura si no fuera por el carisma generoso y espontáneo de sus cuatro principales actores, que parecen entender a las mil maravillas su ubicación en tal experimento. En este grupo, destaca Vincent Macaigne, un actor semi-desconocido por nuestras fronteras pero que es de figurar que le lluevan papeles por su Francia natal ya que, por decirlo simple y llanamente, lo hace muy bien. Tanto su compañero varonil de reparto, Bastien Bouillon, como las dos intérpretes del sexo contrario, Maud Wyler y Audrey Bastien, dotan al producto final de la energía suficiente, calmosa y nada estridente, que merecía recibir el espectador antes de entrar en este juego delimitado por cuarenta yuxtaposiciones.
2 Otoños, 3 Inviernos además de ser una pionera y prometedora obra de un igual de prometedor director llamado Sébastien Betbeder, puede ser una buena oportunidad en cartelera para recomendar a ese público más concreto y con más dioptrías físicas que intelectuales. De bien seguro, que la gran mayoría de este grupeto de espectadores, agradecerán la nostalgia nouvellevaguista que deja como poso la obra y, a su vez, la osadía por esquivar, con latido propio, el cliché repetitivo de aquella ola intelectual de los 60.
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