Sep 02, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
¿Para esto hemos despertado a las cuádrigas?
Más de medio siglo, que se dice pronto, es el que ha transcurrido de la mítica versión de Ben-Hur (que ya era a su vez otro remake de la versión de 1925, y ésta a su vez de la de 1907), hasta el estreno de esta nueva narración ya digital y archi-moderna y visual del padecer del príncipe judío Judah Ben-Hur. El cineasta ruso Timur Bekbambetov, ha sido el elegido por la Paramount y la MGM, como el encargado de despertar a las cuádrigas de su largo descanso y, ya que estamos, de traernos de vuelta también a un Jesucristo más podemita que nunca y que aquí no rehuye en ningún momento de su rostro. Pero, visto lo visto y valga la redundancia…¿Hacía falta despertar a tantos caballos y tanto Cristo? Pues seguramente que no…
La historia recupera la ya mítica novela de Lewis Wallace en la que Judah Ben-Hur (Jack Huston), es un príncipe de la alta alcurnia de Jersualén, el cual verá traicionada la estrechez y amistad que le une con su hermano adoptivo y oficial del ejército romano, Messala (Toby Kebell), cuando éste le acuse de sedición al Imperio romano. Alejado a la fuerza de su familia y, por supuesto de Esther (Nazanin Boniadi), la mujer que ama, Ben-Hur vivirá el infierno como esclavo en las galeras. ¿Conseguirá algún día volver a la que siempre fue su vida y recuperar a su familia?
Pero por mucho que nos empecinemos en que comparar es un verbo de mal gusto, resulta aquí un juicio necesario e imprescindible para advertir a las distintas majors que podrían ahorrarse remakes y requetemakes futuros, que están condenados de antemano a la frustración. Heston era mejor Ben-Hur que Huston porque una sola vocal vale y mucho y creerte el papel aún vale más; los impolutos caballos de las cuádrigas parecen aquí no tener alma o haber perdido la de sus compañeros equinos clásicos donde la carrera emocionaba con el único sonido ambiente de la arena y la rueda y no precisaba de ningún sonido mega-pro-envolvente de siglo XXI; el Jesucristo de Podemos que aquí aparece de la nada asusta más que emociona, sobre todo cuando echamos la vista atrás y recordamos ese Jesucristo de 1959 al que jamás le vimos el rostro y del que nos inoculaba los milagros de la fe a través de su espalda; y, sería eso sí, en la recreación naval y sufridora de las galeras donde esta nueva versión coge su aliento propio -aunque casi sea efímero- con respecto a su predecesora ganadora de once Oscars. Efímero porque es justo cuando acaba ese padecer, en el momento en que aparece un Morgan Freeman más jamaicano que Bob Marley, donde la película hace aguas, las que inundan el mar Jónico, no por la generosidad del siempre correcto y amigable Freeman sino por la falta de contundencia de un último acto envenenado por el ketchup americano pro-familia.
Ben-Hur en su nueva versión resulta un producto más que prescindible y una prueba perfecta y absoluta del daño que el señor Bolsillo y la señora Taquilla han hecho en una industria que antaño, mirando asimismo por el bolsillo y la taquilla, no dejaba de mirar -y sin perderla jamás de vista- la emoción y sentimiento.
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