Sep 16, 2021 Dani Arrébola Críticas, Festivales, San Sebastián 2021 0
Por Dani Arrébola
No nos cuesta nada creernos a Penélope, a Antonio y a Óscar
«Si tú te lo crees, el espectador se lo va a creer», con acento argentino y con la serenidad de un prestigioso actor y profesor de teatro escuchamos esta frase en boca de Óscar Martínez en un momento de esta Competencia Oficial película dirigida por dos hábiles cerebros como los de Gastón Duprat y Mariano Cohn. De la terna protagonista probablemente sea Óscar el mejor escudero posible para un tándem legendario de nuestro cine como el que forman Penélope Cruz y Antonio Banderas.
En los tres actores se apoya todo el peso del filme, ya sea de pura roca o de cartón (encontramos una escena bastante clarificadora en este aspecto) para contarnos las entrañas de lo que hay detrás del cine o, mejor dicho, de lo que hay detrás de la preproducción de una película antes de que esta eche a rodar. Estamos ante una historia de metacine que sentados en nuestra butaca la contemplamos con los músculos de la cara relajados mientras asistimos a las muecas de espanto, sorpresa y tormento a las que se ven sometidos los protagonistas. Sobre todo el sometimiento recae en los dos varones subyugados a las torturas psicológicas y artísticas de Lola Cuevas, interpretada con rizos de envergadura por una Penélope Cruz que está en un estado de forma que ni Haaland y Mbappé juntos.
Antonio y Óscar dan vida a Félix Rivero y a Iván Torres, dos auténticas leyendas de la interpretación con dos maneras radicalmente opuestas de entender su oficio. En esa disyuntiva, ¿amor por el arte amor por el triunfo comercial? se apoya toda la esencia del filme y a partir de esa Competencia Oficial se crea toda una batidora/trituradora emocional (también literal, en la que es la mejor escena del filme). ¿De qué se nos habla? De mucho y sin necesidad de ir a hurgarlo para encontrarlo: el respeto al oficio del artista; el respeto también al público; el eterno dilema de la fama entendida como realización personal o, por el contrario, como reconocimiento del público; la mentira como provocación; el maquiavelismo a la hora de triunfar y ser el centro de atención de todos los focos… y un largo etcétera que desemboca en un intenso final que más que aturdir logrará sacar cierta y complaciente sonrisa.
Aunque probablemente no sea la película más fácil de recomendar en la cartelera, sí que resulta imprescindible de ver no solo por la calidad artística de los que aparecen en pantalla sino también para todo aquel espectador insaciable de curiosidad que se pregunte en qué piensan/sufren los artistas al meterse en cada piel. Digno es también de mención la originalidad en la arquitectura compuesta por la pareja de directores argentinos. Gracias a esa mansión al aire libre en la que transcurre casi todo el film, nuestras retinas respiran con agrado al compás de la acción. Duprat y Cohn salen bien parados de sus apuestas técnicas (gran momento el de la prueba de besos con diezmil micrófonos para captar el aura de cada sonido).
PD: José Luis Gómez interpreta al magnate que, sin tener ni idea de cómo funciona la industria, se embarca en la producción de una película. Su papel está a caballo entre lo secundario y lo principal pero ver en acción a este actor, uno de nuestros veteranos más laureados, siempre es otro haber en el balance a la hora de pagar la entrada.
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