Abr 05, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Condenados a verla
Aupada por el buen sabor de boca que ha dejado en prestigiosos festivales como el de Venecia y adornada de laureles con igual caché como los de los Premios César, llega a nuestras salas L’hermine, el último trabajo del veterano Christian Vincent y que aquí hemos traducido de forma didáctica y acertada a un simple pero imponente El Juez. Y ya de entrada encontramos un motivo para mirar su cartel con ojos prestos y deseosos: la toga justiciera la porta todo un seguro de vida como Fabrice Luchini, ese actor cuyo rostro parece que lo tengamos siempre con nosotros, es decir, el rostro del vecino de arriba… el del mecánico del barrio, el del cuñado bonachón…vamos, ese actor que parece entrar y salir del plasma por cada piel que se enfunde.
Escrita por el propio Vincent, Luchini no es un simple juez, sino Michel Racine, el Presidente -como él mismo se empecina a cada testigo, acusado y recusado en recordar- del Tribunal de lo Penal de una región del norte de Francia. De Racine conocemos rápidamente su mala fama y nula condescendencia a la hora de impartir sentencias, una mala fama nutrida y envenenada por los corrillos de las oficinas judiciales y entre los compañeros funcionarios de Justicia que trabajan con él. Pero donde realmente le empezaremos a conocer y en primera persona será cuando Dite Lorensen-Coteret (Sidse Babett Knudsen), sea elegida como una de las miembras del jurado de un caso de homicidio. Dite…un nombre y una mujer que al juez Racine le revolverá el estómago de ilusiones pasadas que pueden provocarle un verdadero cambio a la hora de impartir justicia.
Vincent desliza un ejercicio justiciero preciso e inteligente, capaz de mostrar y demostrar que desde su primer plano El juez sabe lo que cuenta y, en consecuencia, la justicia que está administrando al espectador. Éste se escuda en la impecable (una vez más) interpretación de Luchini, y de ese tema tan delicado como un supuesto homicidio sobre un bebé de meses, es capaz de disfrutar con respeto y silencio en el estrado, pero también con la sonrisa que le aparece cada vez que ve el reflejo de los ojos de su juez contemplando la justicia que le ha vuelto a regalar la vida. Un regalo impoluto en la elegancia de Babett Knudsen, esta actriz danesa de nombre igual de fascinante que su mirada, la misma que relajará y serenizará a un juez tan absorbido por el peligro de la monótona justicia.
Y de todo ello habla El Juez, de que es posible que nunca sepamos la verdad de los hechos pero que en nuestro corazón y razón si sabemos la verdad de nuestros sentimientos y pensamientos que no son otros que los de la vida misma, aquellos que se cruzan a jaque o mate en un estrado ante un jurado porque no conocemos hoy en día otra mejor manera de resolverlos. Y para resolver esa disyuntiva placentera de la película, ese inocente o culpable y esa injusticia o justicia que arde por los ojos de Luchini, todos estamos condenados a verla.
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