Ene 25, 2013 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Para tratar cualquier obra de Tarantino no es suficiente con limitarse a comentar el contenido enlatado en la cinta. Es necesario ir más allá y recrearse en el contexto más inmediato en el que cada espectador consume su película. Un ejercicio útil e imprescindible por ese mundo ajeno que este genio realizador logra crear en sus filmes, transgrediendo los efectos de la más sobria pantalla. Una tarde de miércoles, día del espectador en el cine Palau Balañà del barrio barcelonés de Sants, servidor se ubica en su butaca asignada en el ticket, unos 10 minutos antes del inicio del filme. Liberado, desde mi niñez, del vicio por atender a los encadenados de tráilers previos al filme por el que pagas, prefiero contemplar la forma en que el resto de asientos van llenándose, con más prisa que pausa. El estreno de Tarantino brinda y dibuja sonrisas de expectación y nervios, plasmadas en los rostros de la apresurada retahíla de personas que van acomodándose en sus asientos. Sin duda, una multitud que viene a evadirse de la cruda y gélida monotonía para disfrutar durante casi tres horas del universo intenso y calorífico que ofrece, casi siempre, el director oriundo de Knoxville.
Y es que la atmósfera «tarantiniana» logra sanar nuestro cerebro y músculo más preciado, a base de un cocktail de ingredientes tan sencillos como sublimes. Y esta vez llega un plato en forma de western, un género apenas tocado por el bueno de Quentin. La acción es prometida en una cinta con el guión tan salvaje, desobediente y audaz que acostumbra a escribir el propio Tarantino. Un cineasta que reivindica en forma dual su exclusiva forma de hacer cine para llegar a la voluntad más profunda del espectador, aprovechando los hechos reales que dejó la historia sobre las iracundas percepciones provocadas por una injusticia barbarie como la esclavitud. Django desencadenado constituye un drama sureño que ahonda de una manera violenta, mas, inteligente la servitud implacable que en los estados del Sur de la nación americana se practicaba a mediados del siglo XIX. Una puesta en escena con aliento antibélico pero dotada en su caracterización y diálogos del ingenioso humor y aguda ironía que desprende a chorros la singular óptica de Tarantino. ¿Es posible resistir la tentación a tal suma suculenta de flamantes componentes y estímulos asegurados?
La película es un manjar de escapada mental nutrido desde la primera secuencia de la misma por unos planos generales y abiertos mientras, superpuestos pasan los títulos de introducción. Unos planos de paisaje que inmiscuyen al espectador de pleno en este poema visual exclusivo del filme nominado a 5 Oscars, incluyendo mejor película. A lo largo de la cinta no faltan las habituales señas de identidad de uno de los directores que mejor impregnan su huella en el celuloide. Es así, como el apartado técnico del filme está repleto de planos detalles, coherentes con la trama, y pinceladas del peculiar y carismático cineasta, como los maravillosos zooms in de cámara que Tarantino regala en puntos fuertes de la trama. Unos zooms exquisitos y selectivamente cuidados como el ofrecido en la primera y ansiada aparición de Leonardo DiCaprio a mitad del metraje, el cual nos hace recordar fuertemente a otro maravilloso primer plano de la pionera aparición de Orson Welles en la extraordinaria cinta de Carol Reed, El primer hombre.
La música, como siempre en toda la filmografía de Quentin Tarantino, es completa e inmejorable, tanto la compuesta para el propio film (con letras del incombustible Morricone), como la distinguida y selecta recopilación de canciones de época con las que se deleita el genio realizador. Unos temas extra-diegéticos conjugados en armonía con las imágenes de ambiente en el siglo XIX dos años antes de la Guerra de Secesión americana. Las melodías dotan a cada escena de un carácter épico, traspasan la pantalla y permanecen, de forma inevitable, grabadas en la memoria acústica. Unas notas que acentúan de una manera inmaculada la escapada de la tediosa y álgida rutina en un precioso éxtasis audiovisual. A lo largo del filme escuchamos temas como el introductorio de la cinta, Django de Luis Bacalov y Rocky Rogers, o Freedom de A.Hamilton y E.Boynton, una pieza soul que supone toda una delicia para el oído en pantalla, unas notas que colocan, solemnemente, al público en situación antes del festín y empacho de «buen cine». A destacar también temas como el rap Unchained, el rápido tono de cuerda La Corsa o la percusión de Lo Chimavano King, situados todos inteligentemente para equilibrar los diálogos y el guión literario como si de bombonas de oxígeno se trataran.
En el aspecto interpretativo la producción cuenta con un elenco de lujo, como no podía ser menos, eso sí, monopolizado casi al completo de forma masculina. Destacar por encima de todos ellos a un monumental Christoph Waltz, el cual ralla casi a la misma altura que en su papel de insensible villano en Malditos Bastardos. Este viejo rockero de la interpretación, convirtiéndose poco a poco y casi sin querer en un «grande», convence tanto en su expresión como en su gestualidad, encarnando el papel del cazarrecompensas alemán King Schultz, harto complicado de ejecutar. Un trabajo que no ha pasado desapercibido para la Academia que lo vuelve a nominar una vez más y de forma merecida para los Premios Oscar, con tal de volver a cosechar la dorada estatuilla en el categórico rol secundario. Leonardo DiCaprio brilla con luz propia desde el minuto uno de su aparición como el malvado Monsieur Candie, aunque el guión no le tiene reservado el mismo juego de posibilidades narrativas y expresivas como al bueno de Waltz. Sin embargo, mediante una ejecución justa y convincente logra zafarse de un papel con aparente encaje frívolo y caricaterusco, para convertirse con su trabajo en pantalla en todo un personaje redondo con suficiente profundidad.
Jamie Foxx, el gran protagonista de esta Django Desencadenado, es el que menos nota obtiene tras mi consumo y mirada final. En mi opinión, Foxx estaba ante su gran oportunidad de explotar en el papel de su vida, más allá incluso que cuando se encarnó en el mismísimo Ray Charles. No obstante, el actor queda lejos de firmar un ejercicio para la historia sin dejar de precisar una actuación correcta y con gancho, llena de escenas únicas para el recuerdo de buenos cinéfilos. El público permanece las casi tres horas de rodaje pidiendo a gritos que su personaje, Django, pise más fuerte en cada uno de los escenarios del filme, con más aplomo y más ganas. En ocasiones, Foxx parece ser como un personaje de cartón, fuertemente pautado y guiado por directrices que no le permiten una representación más libre, profunda y acorde con las exigencias de su personaje. Echo en falta en su mirada una firmeza más intensa de amor y de pasión ante el peregrinaje movido por el deseo de recuperar a su esposa recluida. También es justo mencionar el papel secundario de Samuel L.Jackson como el esclavo «pelota» de Monsieur Candie, un buen trabajo que logra perforar la rigidez interpretativa y llenar de necesario odio e irritación al espectador.
En el guión atendemos a una estructura que, sin hacer aquí spoiler, recuerda mucho a la Psicosis de Hitchcock, influencia indirecta de Tarantino. Un guión «in crescendo» con 3 claros protagonistas en el que la tensión se va amontonando de forma mecánica hasta desembocar en un clímax lleno de sangre y de altibajos. No podemos obviar algunos puntos débiles que Tarantino no logra moldear en su totalidad y uno de ellos es, precisamente, la ausencia de originalidad en las llamativas e intensas escenas de violencia para ser alguien capaz de rodar la saga Kill Bill o Malditos Bastardos. Las secuencias en el tramo final son desde luego sensacionales pero, se encadenan de manera muy similar, son previsibles y no tienen el valor añadido de una mayor riqueza en la presentación de ese sinfín de tiros. Son asesinatos grupales, que Tarantino nos tiene acostumbrados a plasmar en sus películas, pero que en su obra ha sabido resolver un tanto mejor que en esta ocasión. Los disparos no sobran, pero sí falta una innovación superior en el modo de exponerlos, además de considerar en mi opinión un excesivo metraje de 168 minutos que, pese a todo, no impide la fluidez del espectáculo. También es un final aunque épico, lleno de precipitación, es como si Tarantino tuviera prisa por acabar el guión y la voracidad por ver el resultado provoque no equilibrar el desenlace a unos tempos de ritmo narrativo más acertados para poder digerir.
Pero son puntos débiles casi insignificantes para la satisfacción del filme. No es perfecta, como no lo es casi ningún filme en la historia del séptimo arte pero, ¡Demonios! qué mas dará. La película constituye todo un homenaje a las sensaciones y posibilidades que puede ofrecer el cine. Aunque particularmente, como resultado opino que deja mejor sabor de boca la cinta precedente del genio de Quentin Malditos Bastardos . Django desencadenado es la obra más completa de Tarantino. En esta ocasión logra que todos los elementos fluyan con talante fácil en un equilibrio harto díficil de conseguir y con la ingeniosa capacidad de recrear y ahondar en los recovecos más profundos del sarcasmo de la violencia, a fin de extraer una respuesta satisfactoria al público.
Como cualquier buen placer en esta vida, ya sea un buen puro, un buen whisky o un buen polvo, Django desencadenado, te deja aturdido. Completa y profundamente turbado en un mar nostálgico y mágico de satisfacción al que Tarantino nunca vacía.
Puntuación Ránking Apetece Cine: 7,9
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