Mar 06, 2017 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
De la casa y del alma de Doña Clara ¡No nos moverán!
Con el hondo aplauso de la crítica internacional a lo largo de todo el circuito internacional de festivales, llega a nuestra cartelera Doña Clara o, en su más atractivo título original, Aquarius, dirigida por el presto y firme cineasta brasileño Kléber Mendonça Filho. De entre las muchas loas que, por ejemplo en el Festival de Cannes se escucharon y leyeron, destacaba la excelsa interpretación de Sonia Braga, una actriz eterna y que vendría a ser algo así como la Meryl Streep de Sudamérica. Pues bien, podemos confirmar meses después del juicio del filme en Cannes y demás festivales que no solo el trabajo de Sonia Braga es un regalo para nuestra vista sino prácticamente todos los planos que nos regala para nutrir nuestro coco el director pernambucano.
Escrita por el propio Mendonça Filho, la historia nos sitúa en Recife, esa ciudad en el corazón de la costa de Brasil -justo en la punta más extrema de su contorno geográfico- donde vive Clara (Sonia Braga) una sesentañera que vive retirada en su apartamento a pie de playa tras una exitosa carrera como crítica musical. La ubicación de la finca, en la chic Avenida Boa Viagem con vistas al Atlántico, y la ambición especulativa serán las armas que tendrá que combatir nuetsra protagonista en cuanto se enfrente a los maquiavélicos promotores que quieren comprarle la vivienda. La negativa de Clara a la venta nos irá acercando plano a plano y escena a escena a su particular mundo compuesto por sus recuerdos en ese lugar, la eternidad de sus vinilos y el futuro que afronta y contrapone con el de sus hijos y familia directa.
Las dos horas y veinte minutos de duración del filme pasan casi como un suspiro mientras nos relaja el oleaje del Atlántico en el que late Recife, esa ciudad de contrastes entre pobres y ricos y entre recuerdos y deseos. La credibilidad que ejerce en pantalla Sonia Braga desde el primer segundo en el que aparece por la misma es suficiente para cogerla de su mano y no soltarla hasta el final de un camino lleno de metáforas tan sutiles como aguerridas y tan inteligentes como necesarias. No hay ni un sólo gramo gratuito en toda la cocción de Mendonça Filho: la especulación maquiavélica, la opacidad que provoca el cariño familiar, el sexo igual de prohibido como rutinario, la fuerza evasiva de la música o, incluso la religión como forma escatológica de concebir el mundo se pasean iluminando las bombillas de un espectador que saldrá del cine con más agilidad mental de la que entró.
Si quieren ver una de las mejores interpretaciones ofertadas en esta cartelera de invierno, tienen la preciosa oportunidad de disfrutar a Sonia Braga en Doña Clara que, no obstante, esconde un bote de esencias todavía mucho más amplio y adictivo con el que embadurnarse y reflexionar.
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