Oct 29, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Pestañeos entre De Niro y Hathaway llenos de azúcar y lecciones
Nancy Meyers es la responsable, entre otras cosas, de esperanzarnos al sexo débil -porque el masculino es y ha de ser el débil- con aquella historia en la que Mel Gibson sufría un cortocircuito en la ducha pero ganaba algo en lo que siempre hemos soñado desde que nos hace tilín la compañera de lacia coleta de parvulario: saber ¿En qué piensan las mujeres? (2000). Si bien es cierto que en aquella película, como en otras que siguieron, Cuando menos te lo esperas (2003), No es tan fácil (2009), la cineasta americana no demostraba mucho más que poseer una atractiva idea como gancho hacia el gran público, es en los últimos trabajos donde advertimos que la directora ya veterana está algo más preocupada en servir condimento reflexivo a la chicha material de sus historias. Y con un título tan principiante como El becario, Meyers parece llegar al culmen de su maduración…o al menos lo intenta.
Para llegar a este colorido en su obra la cineasta se sirve de todo un seguro de vida como Robert de Niro que sigue de júbilo en su jubileo, es decir, pasándoselo bomba aceptando papeles llenos de agua oxigenada que transpiran como en ningún otro actor por sus curtidas pieles. Su condición de becario senior, no le impedirá tener bastante de ese yuyu abreviado TSNR y desplegado como Tensión Sexual No Resuelta con, nada más y nada menos, que Anne Hathaway cuyo nombre excita igual que su imantado rostro. Sus caminos se cruzarán en una oficina de diseño de moda que dirige la excitante, sensible y archi-dinámica Jules Ostin -es decir Hathaway- y que pisó durante cuarenta años como guía telefonista el ahora viudo, jubilado y setenteañero Ben Whittaker, es decir De Niro.
Y de la concurrencia y ocurrencia que surge de la relación entre una jefaza que monta en bici por la oficina y un becario de setenta años que en esa oficina se siente más antiguo que un rodapié en las cuevas de Altamira, arranca y se hila una película que vamos viendo siempre con una sonrisa en la cara. Una historia que tan sólo flojea por su parte final, en la que Meyers no puede evitar echarle demasiado azúcar sensiblón a la cosa -más bien a la Hathaway cuando de azúcar ésta necesita poco- pero que es capaz de enseñarte lo que está a la vista de todos a pesar de que nuestros dinámicos pestañeos en la era moderna nos impidan verlo: tenemos mucho, muchísimo, que aprender de nuestros mayores. Las maneras, la ortodoxia, la reflexión y decisión parida en tiempos donde no existía la instantaneidad, quedan impregnadas en el rostro siempre creíble de un Robert de Niro al que dan ganas de ponerse en la cola para achucharle…un achuchón para guiarnos y devolvernos la esperanza perdida por un camino digital, lleno de baches y faltas de cobertura por el paisaje social y, sobre todo, sentimental.
El becario no será ni de lejos una comedia que aparezca en los obsesivos tops del año; tampoco es una película que posea el alimento necesario para saciar tus evasiones más profundas…pero si decides gastarte el dinero de su entrada, el gusanillo del más puro entretenimiento te lo matará a través de unas lecciones azucaradas que encontraremos en los ojos de Robert de Niro y en la mirada inocente, saltona y sugestiva de una radiante Anne Hathaway.
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