Abr 01, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Derroche de fuerza narrativa y de Valeria Bruni Tedeschi
A pesar de que en nuestro país nos han llegado pocos componentes de su obra, desde su Italia natal le han llovido elogios -tanto de crítica como de público- adornando un buen número de estrenos de los que el bueno y variopinto realizador Paolo Virzi ha ido exhibiendo a lo largo de más de dos décadas. Desde su ópera prima y comedia, La bella vista (1994), el director y guionista toscano se ha desenvuelto con soltura en una vasta paleta de subgéneros, siempre con más gramos de humor que de calamidades pero, al fin y al cabo, dejando un buen poso de denuncia a esa evidencia llamado cinismo que abunda en el sistema. A este grupo tan perimetrado en la filmografía de Virzi, pertenecen Los años dorados (1997), Caterina se va a Roma (2003), la más reciente Todo el santo día (2012) y ya también podemos incluirle esta obra que arrasó en los Premios David di Donatello y que, con un retraso en su circuito de distribución de casi dos años, al fin nos llega a nuestras salas bajo el sugerente título de El capital humano.
Con la ayuda en la composición del texto de dos Francescos (Bruni y Piccolo), el propio Virzi adapta la novela con mismo nombre del americano Stephen Amidon. La historia se articula en tres capítulos inter-conectados tanto en sus personajes como en su propia línea de tiempo, en la que la víspera del día de Navidad hierve como el punto álgido de la acción: esa noche un lujoso todo-terreno atropella a un ciclista en pleno asfalto. Este fatal accidente salpicará de pleno los quehaceres de dos familias: los Ossola, cuyo patriarca Dino (Fabrizio Bentivoglio) está al borde de la quiebra en la empresa que lidera como agente inmobiliario; y los Bernaschi, en la que Giovanni (Fabrizio Gifuni) y su mujer Carla (Valeria Bruni Tedeschi), viven en una gran mansión gracias a las artimañas del primero en la creación de un fondo de inversión que «promete» un cuarenta por ciento de beneficio anual…arruinando a sus crédulos inversores (entre ellos y el último en caer en el juego el propio Dino Ossola).
Y el puzzle que se arriesga a proponernos Virzi, contando un sólo incidente a través de tres prismas yuxtapuestos, resulta en su conjunto rico, redondo, potente y, por tanto, fascinante. Y es que el espectador, que se sentirá extrañamente hechizado y propulsado desde el primer plano hasta el último que completa un intervalo de 109 minutos, agradecerá como un buen depósito de inversión en su mente, esta denuncia de la burguesía más adinerada capaces de cegar a los demás para seguir cegados ellos mismos. En este hechizo por piezas, poco importa el quién, el cómo y el cuándo del trascendental atropello, cuando precisamente lo trascendental -aquello vital que el público de bien seguro habrá advertido- es la forma de reptar entre las miserias de sus propios egos que practican cada uno de los personajes principales a los que les baña el lodo, esparcido en sus rostros pero sobre todo en sus bolsillos, del desgraciado siniestro.
Y en todo este rompecabezas jugoso y fatalista que emerge como un derroche de fuerza narrativa, sobresale con la misma energía Valeria Bruni Tedeschi, una excitante mujer madura que, además de haber demostrado que es una más que decente directora, aquí confirma su ya consolidado magnetismo en pantalla (no sólo con su enigmático rostro sino con su acento sutil, sensual y enjabonado italiano), cargando su propio capítulo con la fuerza de una grúa. Es en los ojos de la Tedeschi, donde percibimos el meollo amenazante o, mejor dicho, la losa de una derrota fruto de la hipocresía acaudalada que discurre como leitmotiv recurrente en la película. Y sin menospreciar la excelente eficacia y colorido de los protagonistas varoniles del filme, es también en los grandes y bellos ojos de la joven y prometedora actriz Matilde Gioli (que sujeta el tercer y último capítulo de este juego narrativo), donde podemos conectar con varios sentimientos encontrados cuando, al otro lado de la gran pantalla, percibimos ser víctimas de un ritmo de vida que nos hace -de manera gradual- más pequeños e insignificantes que una hormiga perdida a kilómetros de sus compañeras.
Por su fuerza narrativa y su calidad artística, emanada principalmente por una libidinosa y atrayente Valeria Bruni Tedeschi, El Capital Humano es una de las mejores películas que cualquier espectador -tenga el gusto más amargo o más dulce- pueda ver este año y, de bien seguro, este torrente de piezas encajadas compuesto por Paolo Virzi se encontrará en cualquier top 10 que -de manera ya mecanizada- se establezca a finales de este año. Una película que no puedes dejarla escapar en cartelera.
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