Abr 01, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
El amor por la fauna merece la pena
No importa de donde provenga la financiación ni en qué localizaciones remotas e inhóspitas donde rodar, cuando uno en su cabeza tiene bien selladas y nítidas las ideas de lo que quiere filmar como es el caso del cineasta francés Jean-Jacques Anneau. Seguramente, el caso de este realizador francés sea uno de esos curiosos y extraños que han logrado retro-alimentarse y obtener kilogramos de prestigio más allá de sus fronteras nacionales. Sin ir más lejos (o sí, en este caso), Anneau se presentó en sociedad con una cinta de capital costamarfileño titulada La victoria en Chantant (Negros y blancos en color) (1976), que le valió su primera nominación al Oscar como mejor filme de habla no inglesa. Pero fue la fuente de financiación de la Alemania aún dividida de 1986, la que consagró a Jean-Jacques Anneau como uno de los nombres en mayúscula del séptimo arte en su último tercio de siglo XX, donde demostró su firme pulso narrativo y sublime estética atreviéndose a adaptar la emblemática novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa. Tras unos últimos años de altibajos, el director trotamundos galo (esta vez con producción alimentada desde la lejana China) vuelve a homenajear al mundo animal, como ya hiciera en su más bello que sustancioso monográfico sobre El oso (1988), sólo que esta vez cambiando los gruñidos y bufidos por los aullidos la cinta que estrena: El último lobo.
Con un guión basado en la novela de Jiang Rong, la historia se sitúa en la Mongolia profunda de 1967. Allí es enviado un joven estudiante de Beijing, Chen Zhen (Feng Shaofeng), donde aprenderá a conocer las costumbres que imperan entre los pastores nómadas que poblan la zona. Entre estas convivencias arraigadas en la amenazante y árida naturaleza, se encuentra el vínculo entre el hombre y el animal que desde el primer momento cautiva al joven Chen: el lobo. La seducción que brinda este animal al protagonista es tal que éste se atreve a capturar un pequeño lobezno con tal de criarlo y domesticarlo pasando por alto las consecuencias comprometidas que sus acciones pueden tener entre aquellos que lo rodean. Entre estas cargas con las que topará Chen, se encuentran las órdenes de un oficial del gobierno el cual ordena a los pastores aniquilar sin condiciones a todos los lobos de la región.
Merece todo el reconocimiento habido y por haber esa belleza estética que conforma el hábitat natural de la película, una fauna bella y honesta, sin artificios irrisorios ni tramposos (que no tramperos); y merece todo el aplauso este conjunto visual porque es precisamente la gran tecla que salva a este filme de Jean-Jacques Annaud. Es toda esa presencia imponente de la naturaleza la que convierte en palabras nítidas las enlodadas palabras de sus protagonistas y la que convierte en armónico lo caótico y errático de la trama. Una solemne lindura retro-alimentada por los lindos parajes de la gélida estepa mongola que hacen más temibles a esos verdaderos protagonistas, que no son otros que los lobos, y que transporta al espectador -por largos ratos y dejando aparcada la sopa de la ficción- hacia los mismos sentimientos encontrados que nos brindaba el amigo Félix en su inolvidable El hombre y la tierra, y tal comparación, créanme, es todo un elogio.
Dentro de ese oxígeno formal, bucólico e idílico que dota de un sentido completo a la circulación sanguínea que corre por la cinta, aparece el verdadero leitmotiv de la película o la pretensión no buscada de Annaud: el conflicto permanente en el que se encuentran hombre versus naturaleza o, para algunos otros más bien, el conflicto al que el hombre ha condenado de manera racional y ruin a su propio cosmos terrenal y animal. Y entre la vasta retahíla que encontramos en El último lobo, tan sólo un personaje, el del joven Chen, se aboca a la esperanza solidaria de un entendimiento hombre-fiera (en estecaso el lobo), y, sin destripar apenas nada del material bruto argumental, que sea únicamente un sólo personaje el que ofrezca su interés por unir la causa antropológica a la zoológica es una pista absoluta del propio pesimismo inherente en el realizador galo acerca de la escasa lucidez de su razón o de la ausencia absoluta de condescendencia que padece la raza humana.
El último lobo te oxigenará los ojos de las toxinas más urbanas, de las cargas más rutinarias y de los quehaceres más metódicos e inmutables a través de sus despejados y radiantes planos visuales en la lejana Asia interior. Con esa mirada aguada de pesadumbre pero al fin y al cabo limpia, el espectador sabrá perdonarle a este último estreno del prestigioso Jean-Jacques Annaud, las considerables carencias en su bosque argumental.
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