Mar 06, 2017 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Con Matthew de oro en un buche dorado
Justo en el mismo día en que se estrena El Fundador, se posa en las salas de nuestro país Gold, la gran estafa, dos películas que bien podríamos considerarlas primas-hermanas en cuanto a su temática emprendedora y liberal y, sobre todo, en cuanto al poso o regusto tan parecido que ambas te dejan una vez levantado de la butaca. El cineasta y guionista americano Stephen Gaghan es el encargado de dirigir a un Matthew McCounaghey pasado de kilos y con un buche propicio para la ocasión, que no es otra que llenarlo del oro en el que tanta fe deposita.
El oscarizado actor se pone en la piel de Kenny Wells, a quien acompañamos en el despertar de la era Reaganiana de los 80 donde una empresa podía acostarse entre fajos de billetes y éxitos y levantarse en el ocaso de la ruina. Wells es un empresario fracasado que hereda de su padre -dueño de una empresa de extracción minera- poco más que la perseverancia y fe en un futuro mejor. Ingredientes que le valdrán – en plena ruina- viajar a Indonesia donde, junto a su amigo y socio inseparable, el geólogo Michael Acosta (Edgar Ramírez), organizarán un plan de excavación para encontrar abundante oro en las inexploradas junglas del país asiático.
Gold agarra con sus doradas manos al espectador para no soltarlo jamás en un itinerario más imprevisible y exclusivo de lo que a priori podríamos esperarnos. No es gratuita la macro-excursión a la jungla ni el desespero físico y mental de un Matthew McCounaghey entregado a la causa y más cabal y redondo que en sus roles más recientes (y laureados). No se trata simplemente de una historia real sobre la avaricia onerosa, la amistad entendida como sociedad de gananciales o incluso el amor-matrimonio tan amenazado por el éxito personal; el filme también escala un peldaño más y nos sirve con dinamismo y seriedad las consecuencias que todo este camino esgrime en los pasos vitales de un hombre que lo dejó e intentó todo para intentar saborear la gloria. Es justo en ese plus añadido a la cocción dorada, en ese zigzagueo de ganancias y pérdidas, de héroes y villanos, donde la película crece, gana y, por tanto, se disfruta por un espectador que probablemente sentirá cierta o mucha empatía con su gran protagonista.
Gold, la gran estafa puede ser una buena y conveniente opción en la oferta cinéfila de este invierno tardío, sobre todo si no te gustan mucho las hamburguesas del McDonalds que te has de comer en El Fundador y sí en cambio te interesa su temática: la de héroes anónimos y desconocidos que, a pesar de sus maquiavélicas actitudes (con ce) arrastran aptitudes (con pe) de las que uno debería tomar nota o chupar como una esponja si aspira/desea forrarse y sentirse realizado.
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