Ago 10, 2015 Dani Arrébola Clásicos 0
La tentación vive arriba
1934. Mexicali. El embajador estadounidense consulta los pocos documentos que hay encima del escritorio con cara reprobatoria. “¿Es esto todo lo que puede presentar?” El joven asustado delante de él, con marcado acento alemán, explica que debió abandonar Berlín precipitadamente, con lo pudo recoger en veinte minutos antes de escapar en un tren tras saber que dos hombres uniformados habían ido a buscarle. La cosa no pintaba bien. Tras un paseo por la sala observándole fijamente, el cónsul le pregunta su profesión. “Escribo películas”. Como respuesta, el funcionario sella el pasaporte y añade: “Escriba alguna de buena”. “Eso es lo que he intentado des de entonces” recordaba Billy Wilder en 1988 al recibir el premio Irving G. Talbergh Award en homenaje a una larga trayectoria con magníficos dramas y una larga lista de comedias desternillantes.
Durante más de cincuenta años, Wilder presenció el surgimiento y la caída de los grandes estudios de Hollywood, el paso del blanco y negro al color así como otros cambios en el mundo de cine, pero en todo ese periodo, confesó no haberse desesperado nunca tanto como al trabajar con Marilyn Monroe. Han pasado ya 53 años de la muerte de la rubia más icónica del siglo XX y, como señaló el director, “existen más libros sobre ella que sobre la II Guerra Mundial”. “Hay cierta semejanza entre las dos: era el infierno, pero valía la pena” diría, algo que demostró en las dos ocasiones en que trabajaron juntos, momentos álgidos en la carrera de ambos que recuperamos para recordar a una de las mujeres más explosivas de la gran pantalla.
Su primera colaboración fue La tentación vive arriba, donde Marilyn interpreta a la inesperada y seductora vecina que trastorna a Richard Sherman, un humilde editor que espera la partida de su familia durante las vacaciones de verano para disfrutar de la soledad. Mediante el monólogo interior de este personaje, que queda ahogado en un mar de dudas e inseguridades y no sabe cómo actuar en ausencia de mujer, Wilder caricaturizó y simplificó el comportamiento de algunos hombres ante una mujer como Marilyn. Por su parte, esta pierde toda identidad, pues no conocemos su nombre en toda la película, para convertirse en el film en una personificación de las fantasías de algunos hombres como Sherman.
Con este simple argumento, Wilder abordaba el tema de la infidelidad, que fue el pilar de muchas otras de sus películas como Bésame, tonto o El Apartamento, y ridiculizaba al mismo tiempo a un personaje que se alimenta de la fantasía y la ilusión en lugar de vivirlas. Para darle vida, Wilder dirigió a Tom Ewell en el desaborido y discreto papel de Sherman mientras trataba de aguantar los exasperantes retrasos de Marilyn y sus cambiantes estados de ánimo. Juró que jamás volvería a trabajar con ella. Pero, en palabras del director, “cuando uno veía el resultado que había logrado en pantalla, era sorprendente ver lo que irradiaba”. Reconociendo su talento para la comedia, compartirían de nuevo rodaje pocos años más tarde en Con faldas y a loco.
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