May 31, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Publicadas las notas de lo que mereces en el tablón de la vida
Preocupado en su obra por plasmar con sutil denuncia el zigzagueo social e incesante al que hacen frente los migrantes en Francia, el cineasta galo Phillipe Faucon estrena en este ocaso primaveral su último film, y lo hace sobre el virginal pero imponente nombre de Fatima. Y lo hace no solamente con el caché merecido que portan casi todos los estrenos de nuestro país vecino sino también con tres laureles en los psados Premios César, entre los que se encuentran el de Mejor Película y Guión Adaptado.
Escrito por el propio Faucon, este guión nos presenta a la protagonista que da nombre y nutre al título y a su historia. Fatima (Soria Zeroual), intenta aprender francés mediante cursos para inmigrantes pero, sobre todo, con la ayuda de sus dos adolescentes hijas: Nesrine (Zita Hanrot) de dieciocho años y concentrada en sus estudios de medicina y Souad, de quince, la cual muestra una emergente rebeldía tanto fuera como dentro de casa. ¿Cómo lidiará Fatima los obstáculos que ambas hijas le interpondrán en el camino sin perder su fe en tierra ajena y, sobre todo, sin perderla en el futuro deseado para las mismas?
Faucon sitúa la cámara de forma sólida y directa al grano, como no podía ser menos en una historia tan viva que podemos inhalar su aliento y sentir su bombeo a cada secuencia. Y no es que ninguna de estas secuencias presuma de hondura ni solemnidades sino que más bien, cada una de las mismas, es capaz de erigirse ante el espectador en su propia humildad, que no es otra que la del mejunje temor-ilusión salpicado en los ojos de una madre -a pesar de los pesares- esperanzada. Fatima sufre y desea en silencio, no hay una mirada ni un gesto gratuito en toda la cinta, ni siquiera en ese ritual de ataviarse y desfundarse el hiyab islámico en la cabeza. Y es que estamos ante otra de esas películas que, sin hacer apenas ruido en el momento de tocarnos, nos deja una huella perenne una vez reposada la misma en nuestra cabeza que, sin pañuelo o con el mismo puesto, con hijas o sin hijos o en nuestras tierras o a kilómetros de casa, no contiene tan distintos ingredientes que los que porta y carga su protagonista: anhelo, cariño y algo de pánico.
Fatima vale la pena. Quizás a algunos les cueste mirar más allá de su tan transparente tela o puedan entenderla como «una más» del sub-género migrante y sus dramas inherentes. Pero, no obstante, la grandeza de la última película del respetado Faucon, reside precisamente en esa transparencia en la que no es necesario forzar la mirada, en su sencillez y, en definitiva en contarte el día a día de una familia con un perímetro de pautas a sus cuestas -sobre todo en las mujeres y en las virtudes físicas y mentales que éstas puedan enseñar- para poder publicar las notas de lo que todos nos merecemos en el tablón de la vida.
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