Feb 17, 2014 Dani Arrébola Críticas 0
Dir.: José Padilha
Pro.: Marc Abraham, Brad Fischer, Eric Newman Gui.: Joshua Zetumer Int.: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton
El brasileño José Padilha consiguió el reconocimiento internacional con su debut con Tropa de élite (2007), éxito que reafirmó con Tropa de élite 2 (2010); estupendas películas en las que mezclaba documento, denuncia social y acción trepidante. Seguramente por esa destreza ha sido elegido para llevar a la pantalla la revisión de Robocop, la película que lanzó a Paul Verhoeven en 1987 y convirtió al personaje en una de las franquicias de mayor peso del cine moderno. El policía-robot protagonizó dos continuaciones –1990 y 1993-, media docena de series televisivas de distinto calado, otras tantas apariciones en el mercado del vídeo y varios videojuegos.
Esta historia de ahora retoma el argumento y el guion original de Edward Neumeier y Michael Miner, material con el que ha trabajado Joshua Zetumer para tratar de darle un nuevo enfoque. Y en cierta manera, lo ha conseguido: aunque la historia es la misma, hay algunos elementos diferentes y novedosos. De momento, la acción se sitúa, igualmente, en un futuro más o menos próximo. Los Estados Unidos se han convertido en los gendarmes del mundo –ya ves tú qué cosa- y hasta las calles de cualquier ciudad, antes muy peligrosa, de Irán, o del mismo Afganistán, viven una tranquilidad vigilada. Tremendas y muy eficaces máquinas velan por el orden público y cualquier asomo de delincuencia, y no digamos de rebeldía, es sofocado al instante. En cualquier rincón del planeta, excepto en el propio país, donde todavía el elemento humano no ha sido eliminado; a los gobernantes americanos no les parece oportuno sustituir a sus policías por máquinas, aunque estas sean infalibles y aquellos sufran accidentes y asaltos y también tentaciones de manejos turbios y dinero fácil y abundante.
Precisamente persiguiendo uno de esos asuntos, y tras un terrible atentado, el agente Alex Murphy resulta gravemente herido, con tremendas quemaduras en todo el cuerpo y graves amputaciones de miembros. Y es entonces cuando el astuto y cruel Raymond Sellars, que dirige OmniCorp, la más importante empresa de seguridad del mundo, ve su oportunidad. Gracias a los conocimientos del doctor Dennett Norton, sus talleres consiguen salvar la vida de Murphy, aunque sea convirtiéndolo en un nuevo ser, medio máquina, medio humano.
Algo menos de medio, en realidad: el agente Murphy solo conserva una mano, el rostro y los órganos fundamentales: pulmones, corazón y cerebro; se ve que los otros no son tan necesarios. El cerebro, además, no está intacto, sino que se ha rellenado con dispositivos electrónicos capaces de intervenir en caso de urgencia mental, sentimental o moral. Y este es el gran invento. Convertido en un instrumento de la ley prácticamente invulnerable, el policía-robot es capaz de enfrentarse a los malhechores, sobrevivir a golpes y disparos y ser tan rápido, potente y eficaz como una máquina… O quizá no. Con su exoesqueleto de acero, con su aspecto temible –no se comprende cómo su mujer y su hijo pequeño no se desmayan ni huyen al verlo- Robocop todavía piensa. Siente, reflexiona, evalúa… No es el policía perfecto. No lo es en futuro ni lo es ahora; todos los elementos con los que juega Padilha son perfectamente reconocibles: la televisión-basura, el poder económico, la corrupción política y policial… Este escenario, absolutamente actual, y la forma en que afecta al protagonista, es mucho más interesante que los momentos de pura acción, aunque esta esté, por supuesto, correctamente orquestada y resuelta.
Al principio de la película, como una premonición, hemos contemplado una mano biónica capaz de interpretar una pieza clásica a la guitarra… hasta que la emoción interfiere con la mecánica. Por eso Robocop, como un Frankenstein posmoderno, es un fracaso. Si duda, juzga, se emociona –por primera vez lo vemos llorar-, no sirve para policía: no es obediente, no va a ejecutar desahucios, no va a reprimir manifestantes ni va a disparar a indefensos inmigrantes: un inútil.
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