Sep 18, 2014 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Un perímetro de asfalto alentador; pero una fauna humana sin grasa
Gianfranco Rosi no es que sea -ni por asomo- el cineasta más prolífico con el que uno se puede topar, pero sus huellas en su recorrido artístico hacen de él una de esas personalidades italianas verdaderamente interesantes. Director, productor y escritor, Rosi dejó claro que lo suyo es filmar documentales desde que hace ya más de veinte años consiguiera prolongados piropos de la crítica, en el largo circuito internacional de festivales, por su mediometraje Boatman (1993). Unos cuantos años después, este polifacético artista italiano parece no haberse dejado nada de lo acumulado en su mochila fílmica pues, no solo sigue filmando «docus» sino que continúa cosechando premios de prestigio como demuestra su León de Oro en Venecia 2013, por este último trabajo en estreno de nombre Sacro GRA.
¿Y Sacro GRA qué narices es?, puede preguntarse lícitamente cualquier espectador que no esté muy habituado a ver Saber y Ganar en La 2 o, que simple y llanamente como este servidor, no lo supiera antes de ver el documental. Tal y como la propia distribuidora Surtsey Films se ha encargado de explicar excelentemente y de manera didáctica en sus folletos informativos, el GRA son las siglas con las que se conoce al Grande Raccordo Anulare, la autopista que circunvala Roma (como serían las Rondas en Barcelona o las M en Madrid). Lo del Sacro se lo saca de la manga Rosi como guiño a la búsqueda del Santo Grial (Sacro Graal en italiano). Y es alrededor de todo ese cuello de autopista donde, inspirado por las aventuras de Marco Polo en Las ciudades invisibles de Italo Calvino, Rosi nos sitúa a toda la fauna humana que vive y convive en el anillo de la ciudad de Rómulo y Remo y que veremos en sus distintas rutinas durante todo el documental.
Hay que decirlo: el perímetro por el que queda encajado el filme es realmente interesante. Además de dejar bien atornillado y ortodoxamente ubicado al espectador desde el minuto cero, esa idea «alleniana» de otorgarle alma, chicha y entrañas a un nudo de autopista como si de un protagonista humano ésta se tratara, mola, así de claro y juvenil (y sí, lo de alleniana nos lo sacamos de la manga por el rol principal y humano que el bueno de Allen concedía, por ejemplo, a Manhattan). El problema es que más allá de ese estimulante contorno, esa selva humana que canturrea, grita y pasea por ahí, no acaba de tener la profundidad que debiera tener para que el anillo sea, efectivamente, redondo.
De esta manera, encontramos a un pescador de anguilas, a un botánico, a un aristócrata piamontés que vive junto a su hija, a un príncipe y su esposa, a un actor aparentemente feliz y a un conductor de ambulancias que, si bien merecen el interés de todo espectador por configurar todo un panorama variopinto de costumbres y hábito, demuestran tener también algo en común: una escasez de profundidad trascendental para ligar e interaccionar con el que está sentado en la butaca.
Rosi es capaz de plasmar sus brotes de inteligencia en el emplazamiento y anclaje de sus piezas, pero la falta de bombonas para transportar ese oxígeno de ideas a la carne humana del filme, produce que nos flote, entre tanto asfalto, todo un carruaje inoportuno de dudas: sobre todo una y la más cruel y peligrosa: ¿A quién podemos recomendar este documental?
Puntuación Ránking Apetece Cine: 5,1
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