Feb 10, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Si «no hay papeles» por lo menos hay Samba, mucha sonrisa y poca lágrima
La estrecha colaboración entre el dúo de cineastas que conforman los franceses Eric Toledano y Olivier Nakache, alcanzó su cenit con la que sumaba la cuarta película en su filmografía, de nombre tan imponente como sugerente: Intocable (2011). La cinta tenía todo aquello de lo que bebe la obra del cine de esta pareja: choque cultural; intolerancia racial; solidaridad hacia lo exterior; amistad; y así hasta completar un rico etcétera de temática alimentada entre las fronteras que -casi siempre y mucho más en los últimos años- han ido funcionando decentemente en taquilla. El cine que han ofrecido hasta ahora no ha unificado elogios por igual, y a alguno no le acaba de sacar de sus bostezos, pero es evidente que este dúo se ha sabido granjear una pequeña legión de seguidores que les brindan, si más no, reconocimiento a una emergente calidad para contar historias en ese mundillo tan burocrático como delicado. Samba –que no es ningún documental sobre Brasil– continúa en la tónica de esa denuncia hacia la opresión racial que Toledano y Nakache no renuncian en reiterar en sus filmes y que tan internamente vive la idolatrada Repúblique Francesa.
Y Samba en este caso no es un baile brasileño sino un joven senegalés que tras diez años residiendo en Francia y ganándose la vida con empleos precarios, lucha por convertirse en un ciudadano francés y legal, es decir, desea de una vez por todas tener los «papeles en regla». El nudo del asunto aparece en el momento en que Samba (Omar Sy), conoce a Alice (Charlotte Gainsbourg), una ejecutiva que atraviesa una mala racha y que se encarga de tramitar la burocracia de los extranjeros en situación irregular. Ambos encararán un nuevo camino de resurrección, imprevisible hasta ese momento, y al que se sumarán los que pronto se convertirán en sus mejores amigos, Walid (Tahar Rahim) y Manu (Izia Higelin).
Nos encontramos con una película con latido propio a pesar de que, por momentos, la misma se empeñe en difuminarse sobre su propio lienzo. A esta evaporación contribuye un mosaico de escenas desenfadadas -más que desenfrenadas- que otorgan riqueza y frescura a lo amargo de la trama pero que a cambio, sacrifican la coherencia narrativa que un filme de estas características tan acusativas, reclama a gritos. Pero no seamos quisquillosos ni excesivos: poco molesta la espontaneidad y el desparpajo cuando está servida con tanta delicadeza como la que aquí se sirve, con escenas que, sin contar mucho, pueden sacar más de una sana sonrisa en lo alto de un rascacielos. Si además le sumamos que la cinta es capaz de volver a enmarañarse en sus redes quebradizas y sensibles que, aparentemente, había obviado por el camino, para acabar contándote aquello que te quería contar (que no es otra cosa que la denuncia sistemática a la intransigencia estatal hacia aquellos ciudadanos «non gratos»), el martillazo de la sentencia deliberativa hacia Toledano y Nakache, se sella con saldo positivo.
Tanto un imponente Omar Sy como una creíble y resistente Charlotte Gainsbourg, sobresalen en sus interpretaciones, construyendo sendos personajes bajo un aura de vulnerabilidad que rápidamente encariña al público. Los «sparrings» de la pareja protagonista, no se quedan tampoco atrás y tanto Rahim como una sorprendente Higelin, parecen entender a las mil maravillas sus roles, y estos no son otros que servir de bombona de oxígeno a sus amigos sin llegar nunca -pese a tener escenas en las que se lucen de lo lindo- a encapotarlos. Merece también una medalla por cabeza la exquisita selección musical que Toledano y Nakache sirven en bandeja para que las escenas funcionen con desdicha cuando toca y con solera cuando la misma aparece. De esta manera el abanico musical se enriquece desde su inicio hasta el final con temas que van desde el house de Parov Stelar pasando por la bosanova de Jorge Ben Jor.
Samba es una película recomendable para el gran público aunque portadora de la señal de precaución para aquellos espectadores más exigentes que, muy probablemente, no se quedarán del todo saciados con su resultado final en un sub-género que ha dado -por qué no decirlo- obras más redondas. Con todo, por su exitosa huída de la sensiblonería más desgastada en este tipo de materia y por sus convincentes y atractivas interpretaciones, merece la pena «echarle un vistacillo de dos horas».
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