Jul 04, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Ni asesinos ni inocentes…ten la pala y entiérrate tú mismo
El sevillano Gonzalo Bendala afronta el estreno de su primer largometraje como realizador tras haber filmado un par de cortos y haber escrito y producido una buena hilera de títulos en el panorama audiovisual. Presentada a la sección oficial del pasado Festival de Málaga 2015, Asesinos Inocentes cuenta, de entrada y como gancho archi-atractivo, con un elenco joven e interesante capitaneado por Maxi Iglesias -otro de los melocotones en almíbar de nuestra última generación- y también cuenta como columna de sujeción y gramito de madurez cualitativa con el ya veterano actor Miguel Ángel Solà, que ofrece con su interpretación -vamos avanzándolo ya- lo más salvable de este thriller de intrigas y decisiones vitales, que ya verán ustedes como el adjetivo vital viene aquí como anillo al dedo…
Francisco Garralda (Maxi Iglesias) es un joven estudiante universitario de Psicología que, junto a su padre de setenta años, intenta reunir el dinero necesario para afrontar el inminente desahucio al que está sometido. Pero los problemas se le acumularán en el momento en que saca un 4 en el examen final de carrera y solo tenga una única e irrechazable oferta para aprobar: matar a Espinosa (Miguel Ángel Solà), su profesor de Psicología. Lo curioso del asunto es que, lejos de recibir el encargo por terceras personas, es su propio profesor el que le pide acabar con su vida…
A Bendala, que escribe la historia junto a su colaborador J.M.Asensio, se le escurre de las manos un cocktail de ingredientes que se presentaban prometedores antes de reclinarnos en la butaca. Dentro de este thriller en el que cabe la inserción -con cierta sutilidad- de los problemas más desgraciados y reales que padece buena parte del pueblo, esto es la barbarie y penuria de un inmediato desahucio o también el hecho igual de cotidiano y mísero como el suspenso vestido de 4 y estar así obligado a matricularse en asignaturas no precisamente gratuitas; y en el que también hay lugar para aquello más anormal como es el chantaje de un profesor que te pide asesinarle para acabar con su angustia existencial y así de rebote puedas aprobar la asignatura; se intenta envolverse un pañuelo que queda estrecho en todo el meollo trascendental. Podríamos percibir la ansiedad, la incertidumbre, el tormento el supuesto alivio o el salvajismo más absoluto que nos corresponde como seres humanos, pero las percepciones jamás llegan a consolidarse en sensaciones concretas, siendo víctimas de un guión con ambición pero sin diligencia, sin concreciones, sin útiles engranajes para el espectador.
El trabajo de Miguel Ángel Solà se erige sin duda como lo más aprovechable de este circuito de impaciencias y desesperos, diseñando en su rostro todo un reguero de gestos y expresiones que elevan algo de la credibilidad de esa proposición tan indecente. Y el que recibe tal proposición, ese Maxi Iglesias cuyo personaje porta tiznes -salvando las lógicas y respetadas distancias kilométricas -con el James Dean de Rebelde sin Causa– se muestra, aunque correcto, algo incómodo y desubicado en ese marrón que le ha tocado lidiar, en esa lava de decisiones y, quizá, algo o bastante tenga que ver la apatía que Iglesias sentía hacia su personaje, como bien nos contaba en la entrevista que nos concedió. No obstante, y reconociendo la buena disposición del grupeto de amiguetes inseguros y obsesivos que acaudilla de forma casi cómica Javier Hernández, la que abandera en el filme la esencia de la desubicación más extraviada es una Aura Garrido que, sin tener culpa de ello, se ha de conformar con el andrajoso honor de aparecer -que no perecer- por unas cuantas escenas como un fantasma, más que como una novieta, ex o futura companion sexy de Garralda. ¿Cómo se puede desaprovechar así a esta actriz tan apta en lo artístico como sugerente en lo físico?
Siempre duele decirlo tratándose de nuestra industria pero más dolerá no haberlo advertido: Asesinos Inocentes se ahoga en su propio vaso de ambición, mucho antes incluso de lo esperado, transformándose en el cadáver que tanto busca en su trama como colgante en el espectador pero que como recompensa éste sólo podrá ofrecerle a la propia cinta una pala para enterrarse a sí misma.
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