Jul 01, 2015 Dani Arrébola Críticas 1
Por Dani Arrébola
¡Apártate, Emilia Clarke!
Ya han pasado más de una treintena de primaveras desde que James Cameron se presentó en sociedad de un salto en tirabuzón a la piscina del séptimo arte con un título que, como el buen vino añejo, está logrando el calificativo de clásico en mayúsculas tallado con su inherente acero tanto en el abano comercial como en el de la calidad artística: Terminator. Es pronunciarlo y asustarse, quizá porque el bueno de Cameron encontró esa fórmula tan compleja que lograba seducir tanto a las masas palomiteras como al gusto tan refinado de la crítica mas devoradora. A la materia prima original le siguió una más que digna -algunos dicen incluso que mejor que su predecesora- secuela, cuyo subtítulo, el juicio final, también quedó sellado en las retinas y mentes de ambas banderas de gustos cinéfilos. La fórmula, no obstante, se agostó en otro par de secuelas, esta vez fallidas, y ahora, con el anhelo de recuperar las viejas esencias del personaje del incombustible Schwarzenegger, se le ha encargado a Alan Taylor (al cual ya se le encargó la ruidosa adaptación del ruidoso Thor: El mundo oscuro ) dirigir esta Terminator Génesis, de la que, de entrada, ya ha dicho el «Papá de la criatura» Cameron, que esta sí que es la secuela digna de su juicio final.
Y ojo a a la trama porque tiene tela: nos encontramos en el año 2032 donde tiene lugar una guerra motivada por el peligro potencial de Skynet, un sistema de inteligencia artificial del que unos rebeldes humanos pretenden servirse para fines malignos. John Connor (Jason Clarke) es el líder de la resistencia mientras que Kyle Reese (Jai Courtney) se emplea como su mano derecha y fiel soldado. Con el objetivo de salvar al futuro, Connor envía a Reese al pasado, concretamente a 1984, donde deberá salvar a su madre Sarah (Emilia Clarke) de un Terminator (Arnold Schwarzenegger) programado para matarla con el fin de que no llegue a dar a luz a John. No obstante, lo que Kyle Reese encuentra una vez instalado en el pasado no es lo que el se imaginaba. ¿Se han aclarado ustedes? Sino, tampoco importa mucho más allá de tener bien claras las líneas temporales en las que se va desarrollando la acción…
Los ingredientes están bien servidos como aperitivo y gancho a la mesa: seguimos teniendo al imán de Arnold que habíamos perdido por el camino en la anterior secuela, Terminator Salvation (2009); se nos brinda como protagonista a la recientemente elegida mujer más deseada del momento, es decir la Khalessi Emilia Clarke, que aquí lejos de su pelucón rubio nos aparece en su moreno natural y en un modo salvaje y malhablado que puede excitar más y mejor al público acreditado como macho varonil; y también tenemos a dos actores decentes como Jason Clarke y Jai Courtney -entre otros secundarios con Oscar recién estrenado como J.K.Simmons- que, junto a la grandilocuencia de la trama, pueden servir en su conjunto todo un buen plato para el recuerdo. ¿Es todo este tótem suficiente? La respuesta es no, o al menos, no en la totalidad de un metraje en el que la fuerza de esta nueva secuela a la que tanto ha elogiado Cameron se diluye como un copo de nieve en la ventana a partir, sobre todo, de su segunda hora, articulada como una metralla mareante y previsible.
Emilia Clarke se quita, además de las ropas de Khalessi, literalmente la ropa (aunque de forma explícita jamás la veamos como Dios o, mejor dicho, como el abuelo Terminator la trajo al mundo), pero ni con esas provocaciones que, todo sea dicho, destapan a una prometedora actriz, logra evitar que exclamemos y gritemos a cada escena robada al viejo Arnold eso de «¡Apártate, Emilia!». En efecto, echamos en falta más planos de las muecas de Schwarzenegger que simbolicen en la nueva dentadura que en esta Genesis cobra más vida que nunca, esa pasta de acero y metal, de nostalgia encontrada o de amor profundo al género de acción con la que aquí tan sólo tropezamos en lugar de empaparnos. La evidencia de una saga quemada y fundida entre su propio metal es más palpable que casi ninguna otra vez pero lo salvable de esta cinta o, aquello que le da el cinco raspado de verano con el que pasar de curso, es la elegancia artística con la que Taylor ha sabido mimar a la saga: si los cueros de ropaje y los impactos en chatarra de la pólvora están más que logrados, son los golpes musicales de Christophe Beck, inspirados en los célebres de Brad Fiedel, alienados con Terminator los que pueden provocar los gestos expresivos más benévolos del fan más encandilado.
Terminator Genesis no recupera, ni de lejos, el frasco de fragancias más puras de sus dos primeras hermanas que al planeta entero fascinaron; pero justamente podríamos aceptar que ésta última entrega dirigida por Alan Taylor se sitúa muy por delante de las otras dos secuelas que dispararon con pólvora mojada, pudiendo brindar golpetazos análogos con su excelente composición musical a toda la fiel legión de seguidores que tres décadas después continúan preconizando aquello de «Sayonara Baby»…
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