Dic 29, 2012 Dani Arrébola Héroes de Cine 0
Por Dani Arrébola
En su epitafio en el cementerio de Los Ángeles podemos leer la siguiente frase: «Lo hizo del modo difícil». Y es que aquella mujer de baja estatura, logró llenar la pantalla con su presencia hechizante y unos ojos que embrujaban. Lo tuvo todo en contra pero gracias a esa varita mágica que tienen unos pocos elegidos, y ella era una de esas elegidas sin duda, superó cada obstáculo que la vida le puso por delante. Pasó en sus inicios de ser una diminuta mujer sin aparente potencial para el oficio, a ser en su plena madurez una de las mejores intérpretes de la historia del cine.
Ruth Elizabeth Davis, nació el 5 de Abril de 1908 en Lowell, Massachusetts. De familia con ascendencia tanto galesa como francesa, su padre, Harlow Morrel Davis jamás le mostró cariño y ternura a la pequeña «Betty». Era un abogado, sumergido en sus libros de Derecho y sin pudor a mostrar su fiel desprecio a su pequeña. Jamás le perdonó a su esposa haber tenido hijos, algo que no contaba en sus planes. Esto hizo que, Ruth Favor, la madre de Bette, (diminutivo que se fue reconvirtiendo en su carácter final a «e») le ofreciera siempre a la joven excesiva manga ancha.
Nuestra protagonista evocaba en sus memorias, no obstante, que recordaba una infancia feliz tan sólo manchada por el frío vacío que le dejó su apático progenitor. A medida que iban pasando los años, crecía el descontento entre el matrimonio Davis-Favor y, en 1918, Ruth, no pudiendo soportar más ese menosprecio y hostilidad que su esposo ofrecía tanto a Bette como a su otra hija, Barbara, decidió separarse de su marido.
Fueron tiempos difíciles para Ruth y sus dos hijas. El divorcio en los años 20 era un tema prácticamente tabú y esto provocó un profundo daño psicológico en nuestra estrella Bette, la cual no quería hablar con sus amigos de este tema por miedo a posibles represalias. Por si fuera poco, a esto había que añadir la precaria situación económica en la que vivían. La señora Favor, que se había mudado a la emergente Nueva York en 1921, cambiaba de trabajo en trabajo ganando lo justo para alimentar a las féminas de la casa.
Pero el gusanillo por ser artista pronto empezó a aparecer en la joven Bette. A ella , en un principio le fascinaba ser bailarina pero pronto vio que los actores tenían una vida más divertida así que, a mediados de aquellos dorados 20, una Bette que dejaba atrás su adolescencia, se enrola en la escuela de arte dramático de John Murray Anderson. Y en 1925, ocurrirá el capítulo que le cambiará la vida para siempre: su madre la llevó al teatro para ver la obra de Ibsen «El pato salvaje». En ella actuaba la joven revelación a la que tanto admiraba nuestra protagonista, de nombre Peg Entwistle y tristemente recordada por suicidarse con tan sólo 24 años arrojándose desde la letra H del cartel de Hollywood en Los Ángeles. La obra, que narraba la historia de una joven no deseada por sus padres, impresionó muchísimo a la sensible Bette. La actuación de miss Entwistle influiría tanto en la joven que, al salir del teatro, ya había decidido que lo que más quería en este mundo era ser actriz.
A partir de este momento, supo codearse en los dorados 20, de las relaciones adecuadas para obtener distintos papeles en varios teatros de la costa Este, conociendo y trabajando para el mismísimo George Cukor. Bette Davis se superaba una y otra vez en roles que trataban un sinfín de registros para el teatro. Pero es con la entrada de la nueva década de los 30, y tras ser alabada por el público y la crítica por el papel que precisamente antes había hecho Peg Entwistle en «El pato salvaje», cuando le llegó su gran oportunidad: cruzar todo el país para hacer cine en California, en el paraíso de las estrellas.
En las Navidades de 1930, nos encontramos a la joven Bette llegando a Hollywood, acompañada de su madre, Ruth Auguste Favor. Y lo cierto es que no fueron los inicios que esperaba esta pequeña pero rebelde aspirante a actriz. Nadie se fijaba en ella en el estudio. No superaba las pruebas de pantalla que realizaba. “Esta mujer no da la talla, no tiene perfil de actriz”, decían los realizadores y directivos de las grandes compañías de la época como Universal o Columbia Pictures.
Nadie podía imaginar que aquella a la que estaban rechazando se convertiría en todo un mito del celuloide.
Pero la vida quiso que un buen día de 1932, el dramaturgo George Arliss se fijara en ella precisamente por su baja estatura, para encarnar el papel de la fémina protagonista de “El hombre que jugó con Dios”. Este trabajo y el posterior en “Cautivos del deseo” le hicieron valer al fin los primeros elogios de la crítica. Tras 20 películas de trabajo fallido, Bette Davis empezó a ser un nombre del interés de varias productoras y se iba ganando la admiración de algunos compañeros. Fue suficiente para que, justo a finales de esa década de los 30, comenzase su auge y la leyenda.
Y es cuando llegarían los títulos que más fama mundial le han dado a esta «monstrua» de la gran pantalla. Todo buen cinéfilo recuerda sus actuaciones en “La loba” o en “La carta”, esa mujer de carácter frío y atormentado, que no se detiene ante nada para conseguir sus objetivos. O su interpretación en «Jezabel» en 1938 que le valió su segundo Oscar, justo al año siguiente de haber ganado el primero por «Peligrosa». Es en este contexto de esplendor donde inicia una relación tanto profesional como personal con el célebre cineasta William Wyler. El hombre del cual, Bette confesó en sus memorias que fue el amor de su vida expresando que haber trabajado junto a él en esos largometrajes inmortales, había sido la época más feliz de su vida.
Los títulos seguían llegando, en una década de los 40 en la que también vivió un romance con el magnate Howard Hughes. “Amarga Victoria”; La extraña pasajera”; “El señor Skeffington” “Más allá del bosque” y un largo etcétera. Todo el mundo quería trabajar con ella y conseguir primeros planos de sus ojos, sus conjurados y valiosos ojos. Bette Davis se había convertido en la actriz que más cobraba de todo Hollywood, y lo había logrado por méritos propios, a base de su sempiterna calidad, carácter rígido y autodidacta.
Se superaba una y otra vez a cada película.
Y en 1950 llega el colofón a toda una vida empachada de éxito, la actuación que la convierte en todo un símbolo para la leyenda del cine: el personaje de Margo Channing para el filme “Eva al desnudo”. Rara es toda actriz o amante de la interpretación que al preguntarle cuál es el papel que les gustaría realizar no respondan al instante: el de Bette Davis en Eva al Desnudo.
Como curiosidad, una enemistad de alto voltaje. La que Bette Davis mantuvo durante toda su vida con otra musa de la época dorada del cine: Joan Crawford. Ambas trabajaron juntas, en la obra maestra “¿Qué fue de Baby Jane”, y pese a no soportarse, dejaron 2 de las interpretaciones protagonistas más logradas en la historia del cine. Por este papel, Bette Davis obtuvo su undécima y última nominación a los Premios de la Academia, pero lo más importante, demostró a todos los que la desahuciaban que tenía cuerda para rato y que se había convertido en todo un símbolo más allá de la actriz de carne y hueso. En 1977, Bette Davis se convirtió en la primera mujer que ganó el premio a una carrera concedido por el American Film Institute y en 1979 ganó el Emmy a la mejor actriz.
Su vida privada, fue igual de intensa que la profesional, casándose hasta en 4 ocasiones, en unos matrimonios que nunca cuajaron, y teniendo 3 hijos con sus dos últimos cónyugues: Barbara Sherry y Michael y Margot Merrill, fruto estos dos últimos del también actor Gary Merrill.
Bette Davis falleció en París, en octubre de 1989, poco después de recoger el premio Donostia a toda su carrera. Curiosamente en su speech de despedida en San Sebastián expresó: “Ustedes me han devuelto la vida”. Fue un guiño para Europa en contra de una industria de Hollywood que la había tratado al final de su carrera con mucho desprecio.
Tenía 81 años y se convirtió en un mito inmortal. La cultura pop musical en la persona de la compositora Kim Carnes la homenajeó con un tema que fue todo un éxito en la década de los 80, “Bette Davis eyes”.
Apetece Cine rinde homenaje así a aquella que lo tenía todo en contra pero sin embargo, lo consiguió: convertirse en estrella inmortal y ganarse el respeto y cariño de todo el público.
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