Jun 20, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Nosotros siempre te recordaremos Dory
Nos ahogamos todos y tan sólo podíamos llorar. Llorar para desahogarnos claro, mientras buscábamos a ese entrañable pececito naranja de nombre Nemo, en un lloro de emoción marina y de aventura igual de profunda que las aguas en las que adultos y niños nos sumergíamos. Y de aquello han pasado ya trece largos pero efímeros años, un plazo más que prudencial para que Disney y, sobre todo su potente sub-industria Pixar, vuelvan a engrasar las aletas, los manguitos y todo elemento marino para refrescarnos bajo los mares justo al inicio de esta cartelera veraniega esta vez Buscando a Dory, un pececito -mejor dicho pececita- azul y no naranja pero igual de tierno y carismático que su amigo Nemo.
Y el genio de la factoría Pixar, Andrew Stanton vuelve a co-dirigir en esta secuela junto a otro genio de la animación como Angus MacLane, para servirnos con la cámara resistente al agua y al brío otra historia de búsqueda y de amistad entre la fauna marina que, de solidaridad demuestran ir más sobrados que la fauna humana. Tras unos meses de la conocidísima búsqueda de Nemo, se nos presenta a la amnésica pececilla Dory, que convencerá (no sin dificultades) a los más cabezones compañeros de océanos para emprender todo un viaje a lo largo de toda la costa de California y dar así con sus queridos padres. Claro está que la amnesia porta inherente un gran problema: recordar dónde están estos a través de pistas, señales y recuerdos imborrables.
Pero al corazón siempre se le recuerda y éste nos ayuda a recordar lo que verdaderamente improta: el amor fraternal, el recuerdo a la infancia y a la felicidad, el poder del miedo y el arma para combatirlo que no es otra que la valentía «a hacer aquello que nadie se atrevería a hacer». ¿Y qué haría Dory? se pregunta constantemente el padre de Nemo y su preciado hijo durante su propia búsqueda…Pues Dory haría realidad su sueño que no es otro que el de abrirse camino por imposible y olvidadizo que éste sea con el premio gordo de encontrar a los que nunca olvidó…sus padres, su familia. Una leccón divulgativa y didáctica de fauna marina que se impone en virtudes y méritos a una humana que sale más mal que bien parada. Y es que Stanton nos sumerge y chapotea en toda la cara el ejemplo de la búsqueda más pura no sólo para encontrar lo que más preciamos sino, sobre todo, para re-encontrarnos con nosotros mismos en estos tiempos en los que parece que encontrarse con uno mismo está mal visto, como votar a Pepito o a Jaimito o como tuitear un Buenos Días. No es, en este sentido, gratuito el momento What a wonderful world-Martin Luther King que la cinta se homenajea por su parte final y que no destriparemos más por aquí…
Con la compañía de los pequeños de la casa o con la de los más senectos -o con la compañía de tu propia soledad que suele ser la mejor de todas,-valdrá la pena ponerse el traje de buzo y disfrutar Buscando a Dory, una secuela algo tardía pero tan cercana a su predecesora que apenas resiente el océano insuperable de aquella primera parte que creó el propio Stanton. Disfruten, sumérjanse, fluyan, sonrían, deseen y, aprovechen el remojón para aprender y reflexionar de estas criaturillas con aletas. No se arrepentirán de buscar a Dory y de buscarse unos a otros…
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