Jun 29, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Ni Tahar Rahim salva un genocidio destinado a ubicarse…y que se queda del todo desubicado
Galardonado con el Oso de oro en Berlín por su intenso drama acerca de la inmigración titulado Contra la pared (2004), el cineasta alemán de origen turco, Fatih Akin, se ha asentado en los últimos tiempos como uno de los más prestigiosos directores de la cinematografía teutona y europea. Desde que debutara en el largometraje con el thriller dramático Corto y con filo (1998), la obra de este ya maduro cuarentón ha abarcado casi siempre -con alguna sorprendente excepción como bien puede ser Soul kitchen (2009)- intensos conflictos étnico-sociales, filmados con una amplia sensibilidad que le han valido varios y merecidos reconocimientos de prestigio, como el premio en Cannes al mejor guión por Al otro lado (2007), su historia de reconciliación entre alemanes y turcos tan vinculados a su persona. Tras pasar por el pasado festival de Venecia, Akin estrena ahora en nuestro país su último trabajo: El padre, que en su título original es The cut, y que trata sobre las penurias de un hombre en pleno genocidio armenio a principios de siglo XX.
La historia, con guión del propio Akin en colaboración con Mardik Martin, arranca en 1915, donde en la aldea turca de Mardin -por aquel entonces aún perteneciente al extinguido Imperio Otomano- vive junto a su familia Nazaret (Tahar Rahim), un joven herrero armenio. En una aparentemente apacible noche, la policía turca irrumpe en su casa con una orden clara: todo hombre mayor de quince años está obligado a incorporarse a luchar contra el enemigo…no es más que el inicio de una brutalidad de genocidio en la que la mayor víctima fue el pueblo armenio. Afortunadamente Nazaret, que ha conseguido milagrosamente salir vivo del mismo, se enterará varios años después y prácticamente de casualidad, que sus dos hijas gemelas también continúan con vida. La película seguirá el largo peregrinaje que emprende el protagonista con la esperanza de encontrar a sus vástagas.
La penuria, la devastación, la impotencia pero también la obcecación, la esperanza y, en parte, cierta ilusión, son varios de los sentimientos provocados y encontrados que se citan en la cruda y real contienda que nos plasma Fatih Akin. Pronto nos solidarizamos no solamente con el personaje archi-protagonista de Tahar Rahim, sino también con el resto de víctimas armenias que, en su mayoría, corren peor suerte, si es que queda algo de suerte en vivir a sabiendas que todo aquello tangible y familiar se ha arrancado y derruido para siempre… Es claro el acierto rápido de Akin en el punto de cocción justo para buscar la empatía e intranquilidad del espectador, que asiste con el mismo nudo en la garganta que Nazaret, al peregrinaje tan áspero y agreste que corre el protagonista; pero no podríamos decir lo mismo de las armas artísticas empleadas por el director alemán para llevar todo este flujo de asoladas e implacables emociones por un canal limpio y fluido que hubiera logrado una lágrima profunda en los ojos y mente de cada alma contemplativa.
Y no es porque la interpretación de Tahar Rahim se haya dejado el seguro de vida inherente que siempre porta este excelentísimo actor desde la inolvidable Un profeta (2009), su expresión en un rostro moscado y tuesto al sol de las montañas de Anatolia, sigue siendo creíble y generosa tanto para los que están dentro como fuera de la pantalla; tampoco podríamos desechar al completo el guión construido a cuatro manos y que, en ocasiones, se muestra demasiado yuxtapuesto y pegado con silicona en la medida que se van acumulando ciudades de peregrinaje -tan distintas unas de otras como Alepo y La Habana-, sino que el elemento que más chirría en su conjunto, no es otro que la estridente e incomprensible composición musical de Alexander Hacke, que más aunarnos a la plegaria del grito del pueblo armenio, provoca una intermitente, brusca y agresiva salida en el sendero de la búsqueda paterno-filial que persigue esta obra.
El padre lleva la firma de un cineasta lo suficientemente respetado como para reventarlo a tomatazos, tampoco es que el tema motive a esa infame práctica, pero ya que está destinada a corazones sensibles y a revolverte las entrañas, no sería ésta la primera recomendación a la que acudir para trastornarte porque, en su sabor final -nada atomatado hay que insistir-, uno se dará cuenta que otros filmes -incluidos de Akin- le han trastornado y conmocionado con mejor aliento y formas e, incluso (así es el humano), bajo el poso de un extraño y evasivo placer. ¿Para qué revolverte a medias pues?
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