Mar 03, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Farragosa postal de estrellas y ciudades
La victoria de Crash en la categoría de Mejor Película, fue la gran sorpresa en la ceremonia de los Oscars del año 2005. Aquella película de colisiones e historias cruzadas del que fuera en ese momento más guionista que director, Paul Haggis, se impuso esa noche a imponentes títulos y cineastas como Brokeback Mountain de Ang Lee, Múnich de Spielberg o incluso Buenas Noches y Buena Suerte de un siempre respetado George Clooney. Desde aquel año de inflexión, las películas de este realizador canadiense inhalan un vasto aire introspectivo a través de los problemas relacionales de sus protagonistas, siempre muy humanos y sensibles. Ejemplo de esto último es la película En el valle de Elah (2007) donde un padre (interpretado por el siempre formidable Tommy Lee Jones) se topará con el bloqueo autoritario del sistema para frustrar su esperanza de dar con el paradero de su hijo o en Los próximos tres días (2010), donde el personaje de Rusell Crowe hará lo imposible por demostrar la inocencia de su mujer, acusada y condenada injustamente por asesinato. No sabemos si tenía cierta nostalgia por volver a esa esencia de colisiones que le dio el máximo laurel hace justo una década, pero lo cierto es que bajo el título de En tercera persona, y sirviéndose de un solemne elenco Haggis vuelve a estrenar un conjunto de tres historias independientes.
Con guión -como casi siempre- del propio Haggis, la historia se articula en torno a tres ciudades cuantiosamente filmadas en esto del séptimo arte: Nueva York, Paris y Roma. En la ciudad de los rascacielos una joven limpiadora de hoteles (Mila Kunis), lucha desesperadamente por recuperar a su hijo: su marido (James Franco) la acusa de negligencia en un accidente que casi le cuesta la vida al pequeño. En la luminosa capital del amor, un escritor neoyorquino (Liam Neeson) se acaba de separar de su esposa (Kim Basinger) y mantiene una relación más bien problemática con su amante (Olivia Wilde). Y en la histórica urbe del Coliseo, un empresario estadounidense (Adrian Brody) tiene un auténtico flechazo por una gitana (Moran Atias), un fervor amoroso que le llevará hasta el punto de involucrarse en la liberación de la hija de ésta, secuestrada por mafioso.
Es evidente que no es problema ninguno atreverse a plasmar sinopsis como la que precede en este texto, pero también es igual de manifiesto que, si no se sabe engrasar el complejo raíl de la trama en cuestión, y este es el caso, el producto fácilmente cae en un enredo farragoso de tres historias que intentan expulsar una extrema sensibilidad cuando no la tienen por ningún lado de su vasto tejido. Cuesta de creer cómo Paul Haggis, reputado escritor y guionista, confeccione un guión mediante unos nudos demasiado flojos y desatados como para sujetar la unidad de un tríptico que -se supone- debe tener mucho más en común que algunos problemas emocionales y ciertas decisiones trascendentales. Y es que más que turbaciones, lo único que se impone sobre la pantalla es esa amenaza tan caótica como laberíntica que se cernía de entrada en el propio argumento del filme. Por este motivo, dentro de este quiero pero no puedo, hemos de lastimarnos viendo los esfuerzos de grandes y alentadores actores como Liam Neeson o Adrien Brody, por conmover en su propia historia con la mayor de las fuerzas artificiales o, dicho de otro modo, por intentar extraer alguna migaja de petróleo en una mina inexistente.
La metralla de fogueo de más de dos horas de duración se envenena aún más en sus pretensiones con un acompañamiento musical que te puede rascar antes una jaqueca que cualquier compulsión en tus sentidos. No es que sean unas notas estridentes las que tratan de abrigar sonoridad a esas almas desabrigadas, pero sí lo suficientemente copiosas como para que le resulten a uno insoportables. Ya suponemos que esos desubicados protagonistas sufren de arrepentimientos, de desamores, de miedos, de inquietudes….no hace falta que esa música nos grite y taladre en reiteradas ocasiones algo así como: ¡¡LOS PERSONAJES ESTÁN AL LÍMITE, QUE LO SEPAS EH!!
En tercera persona es por tanto un producto incapaz de quitarse la maraña argumental con la que ambicionaba de partida y un ejemplo de cómo un buen literato puede hacer estragos al traspapelar la hoja narrativa al guión más técnico en pantalla. La olvidarás con la misma fuerza con la que se diluye en su cansado y empleado zigzagueo donde el único, solitario y penoso buen provecho de la cinta no es el átomo de su triple historia, ni siquiera su generoso y cautivador reparto, sino más bien el aliento como sombra reflejada de tres ciudades tan embelesadas como inimitables.
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