Dic 07, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Salvemos a uno más…¡Y a infinitos!
Toda una década de desierto tras la cámara es la que se ha pasado el bueno de Mel Gibson desde que en 2006 dirigiera la impactante Apocalypto. Y bien podemos decir que los diez años de espera han valido la pena. En pleno puente festivo de la Purísima, nos llega a la cartelera la metralla de heroísmo, fe y vida que salpica y empapa como todo un clásico la película antí y bélica -también a secas- Hasta el último hombre. Y como en toda la filmografía de Gibson, es difícil no desligarse de la garra y aroma profundo que la pólvora destila cuando uno se levanta de su butaca y advierte que han pasado dos largas horas de auténtica adrenalina.
Basada en toda una hazaña real, la historia nos presenta a Desmond Doss (Andrew Garfield), un joven de Virginia que, tras una infancia marcada por el trauma familiar que suponen las armas y el dolor que las mismas portan a sus seres queridos, decide alistarse voluntariamente como médico paramilitar en el Ejército para combatir a los japoneses en el sangriento y dantesco escenario de la isla de Okinawa, en plena Segunda Guerra Mundial. Pero, obviamente, decide alistarse con una férrea convicción: no coger jamás un fusil. Quien al principio, y tan sólo apoyado por su prometida Dorothy (Teresa Palmer), es considerado un auténtico loco y todo un lastre para sus compañeros, se convertirá sin apenas nadie sospecharlo en todo un héroe capaz de salvar a 75 vidas en pleno infierno, en lo que es considerado un absoluto milagro histórico.
Sin miedo a exagerar, podemos afirmar con rotundidad que, desde los primeros quince minutos de la archi-conocida Salvar al Soldado Ryan, el género bélico (aquí vale la pena ponerle delante su merecido antónimo anti), no había vivido una obra tan espectacular por un lado como trascendente por otro. El ángel y el demonio se dan cita en un trabajo fílmico de Mel Gibson abismal y monstruoso en el que la fe iza su bandera entre la carne muerta y la que está a punto de morir, entre el deseo del regreso y las ganas por cumplir y, en definitiva, entre todo aquello que pasa por la cabeza de un hombre cuando va a esa cosa llamada guerra. El tempo está aquí hilvanado de manera magistral, bien partido entre la luz de la paz y el amor y el oscuro de la sangre y horror, refugiado en cada agujero donde acechan los nipones pero, sobre todo, donde se resguardan las almas heridas que nuestro protagonista ha de salvar. Y de forma milagrosa nuestra retina se va impregnando de esa fe mientras reza e impulsa a Desmond a salvar a uno más…y a otro…y hasta infinitos.
Hasta el último hombre hará las delicias de los amantes bélicos quienes en absoluto se defraudarán con el regreso de Mel Gibson a la dirección y quienes celebrarán la adrenalina y la cruda realidad servida entre vísceras y humo, como hacía ya décadas que no celebraban. Bebe de muchas fuentes, ya se llamen El Sargento York, La Chaqueta Metálica o la mencionada hazaña de Spielberg, pero exprime el mejor jugo de cada una de ellas. Sobran motivos y municiones para que todo ese mercado de espectadores se equipe en su uniforme y vaya, irremediablemente, a contemplar una obra maestra.
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