Ene 30, 2023 Dani Arrébola Críticas 0
Por Miquel Felipe
Amor por el fantástico
Hacer cierto tipo de cine de género en España suele suponer un atrevimiento. En un país donde la producción cinematográfica se limita principalmente al drama o la comedia, y donde parece haber sólo espacio reservado para géneros como el thriller – que normalmente nos encargamos de “españolizar” con tal de llegar al público nacional y de sacarle rendimiento de cara a la temporada de premios – o el terror – que últimamente se asocia a autores muy concretos como Paco Plaza, Álex de la Iglesia o Jaume Balagueró -, cualquier propuesta de género fantástico, y no digamos ya de ciencia ficción, suele ser recibida con un cierto escepticismo por parte del público. Sin embargo, hay veces en las que se realizan propuestas que, aún siendo poco españolas, terminan por convertirse en excepciones y logran encandilar a los espectadores.
El caso más reciente quizá sea el fenómeno que supuso en su momento “El hoyo” (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019), pero podría llegar a ser también el de la película que aquí nos ocupa, la igualmente vasca “Irati”. Ganadora del Premio del Público en el último Festival de Sitges – donde sonó con fuerza para llevarse también el galardón a Mejor película hasta que llegó la sorpresa de última hora – y nominada a Mejor guion adaptado en los Goya, la acción se sitúa en el siglo VIII en los Pirineos occidentales, donde el Señor del Valle realiza un pacto con una diosa ancestral, Mari, y muere en combate tras dar su vida a cambio de derrotar al enemigo que les invade. Varios años más tarde, su hijo, Eneko, aspirante a recibir el título de Señor del Valle en reemplazo de su abuelo, parte en busca del cuerpo de su padre junto a una chica llamada Irati. En su encuentro con Mari, la diosa ancestral que habita una cueva del bosque, ésta le dice que si quiere que le entregue el cuerpo tendrá que llevar a cabo dos cometidos: traerle la
cabeza de aquellos quienes están profanando el bosque y proteger a Irati, puesto que es una de los suyos.
Ante todo, conviene destacar que el largometraje de Paul Urkijo es una película que desprende amor por el género que cultiva a cada plano. Con un cierto poderío hipnótico, es un film que cuenta con un despliegue visual absolutamente fascinante, y que consigue hechizar al espectador a través de la belleza de sus imágenes. Por otro lado, y salvo en una escena en particular, los efectos visuales resultan también de lo más destacables, habiendo sin duda mucho arte en el diseño de cada una de las criaturas que aparecen a lo largo del metraje y teniendo en ocasiones nada que envidiar a algunas superproducciones extranjeras, consiguiendo incluso por momentos que nos olvidemos de estar viendo una película española. Sin embargo, obviamente no todo en el film se basa en la técnica, y la película adquiere, en el terreno narrativo, la forma de un clásico relato mitológico fantástico, casi se podría decir artúrico, que incluye, por encima de todo, una preciosa historia de amor entre sus dos protagonistas. En definitiva, una propuesta decididamente muy disfrutable que, si bien no llega a proponer una relectura total de su género como la que realizaba hace un año y medio la excelente “El caballero verde”, sí resulta igual de visualmente hermosa y poética que aquella. Una pequeña joya
del fantástico español que hará las delicias de los aficionados al género.
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