Feb 11, 2023 Dani Arrébola Críticas 0
Por Miquel Felipe
“Las películas son sueños, que jamás olvidarás”
Mitzi Fabelman (Michelle Williams)
Tren de sombras
Tras la obra maestra absoluta que fue su “West Side Story” de 2021, película que, para quien escribe estas líneas, lograba incluso mejorar al original de Wise y Robbins en aspectos como la dirección, Steven Spielberg demuestra que, a sus 76 años, sigue todavía en plena forma con la maravillosa “Los Fabelman”, film semiautobiográfico en el que el proclamado como Rey Midas de Hollywood decide finalmente relatar su historia en una época en la que otros cineastas como Paolo Sorrentino, James Gray, Kenneth Branagh, Pedro Almodóvar, Alfonso Cuarón e incluso en cierto modo Paul Thomas Anderson han decidido dar también el paso de sincerarse para hablar de su vida al público.
En primer lugar, conviene dejar claro que “Los Fabelman” se centra principalmente en la infancia y juventud del director norteamericano, por lo que quien espere que el cineasta hable también de la realización de algunas de sus películas más emblemáticas – “En busca del arca perdida”, “E.T.”, “Encuentros en la tercera fase”, etc. – quedará posiblemente decepcionado. Porque “Los Fabelman” es spielbergiana de principio a fin, pero, ante todo, es una película sobre Spielberg, sobre cómo se hizo cineasta, sobre sus padres y también, de algún modo, sobre cómo el cine – y en especial, el montaje –tienen a veces el poder de mostrar la verdad. Ambientada en distintos momentos de la vida del director, la película puede dividirse de alguna manera a nivel estructural en tres capítulos y un epílogo. En el primero, que tiene lugar en Nueva Jersey en los años 50, un niño llamado Sammy Fabelman es llevado por sus padres por primera vez al cine a ver “El mayor espectáculo del mundo” de Cecil B. DeMille, y tras volver a casa aterrorizado por la escena del choque de trenes, la recrea y la filma junto a su madre con una cámara de Súper 8. En el segundo, que transcurre en Arizona, Sammy – a partir de aquí, interpretado por un estupendo Gabriel LaBelle, en cuya mirada es imposible no reconocer también la del propio Spielberg – se convierte en documentalista de cada momento que vive junto a su familia a la vez que se dedica a rodar películas con sus amigos, y descubre un secreto devastador. En el tercero, se traslada a California, dado que su padre ha recibido una oferta de empleo, e ingresa en un nuevo instituto, donde sufre algunos abusos por parte de sus compañeros debido a su condición judía y tiene su primer contacto con el amor. Finalmente, en el epílogo, Sammy se marcha a Los Ángeles para estudiar en la universidad, y empieza a postularse para trabajar dentro del mundo del cine y la televisión.
Por encima de todo, debe decirse que “Los Fabelman” es, en líneas generales, una película muy disfrutable, en la que cada plano es una auténtica delicia a ojos del espectador – y aquí conviene destacar, como ya han hecho algunos, la labor llevada a cabo entre el propio Steven Spielberg y su director de fotografía Janusz Kaminski –, con una formidable interpretación femenina protagonista que nos recuerda la gran actriz que es Michelle Williams – inmensas ganas de verla en lo nuevo de Kelly Reichardt –, un final espléndido que termina de elevar la película al nivel del sobresaliente – ojo al cameo de David Lynch – y un conflicto familiar que quizá peca un tanto de previsible, pero que Spielberg se encarga de narrar con suficiente sutileza en algunos momentos – siendo especialmente memorable la secuencia en la que el protagonista descubre, a través de la ampliación progresiva de la imagen, el secreto anteriormente mencionado –como para que logre calar hondo en el espectador. Sin embargo, hay algo que chirría tras el visionado de “Los Fabelman”, y probablemente sea el hecho de que se trata de una película de metraje desmesurado, pues, aunque esto quizá sea personal, es un film de dos horas y media que pasan como si fuesen cinco, haciéndose incomprensiblemente largo a pesar de todas las virtudes antes destacadas.
No obstante, no es algo que quien esto firma quiera juzgar en un sentido negativo, ya que como ha dicho mi compañero Arnau Martín, es un film que se crece en la memoria una vez visto, y en el que resulta difícil dilucidar qué secuencias podrían considerarse prescindibles porque, a decir verdad, al final todo suma en esta extraordinaria película que deja con muy buen sabor de boca al espectador a la salida del cine.
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