Oct 31, 2012 Dani Arrébola Héroes de Cine 0
Por Dani Arrébola
John Ford y Henry Fonda, con su sempiterna boina en el papel de Tom Joad, durante el rodaje de Las Uvas de la ira.
El inicio de una década se suele sellar a partir de algún hecho de mayor relevancia que la propia inercia de la fugacidad del calendario. John Ford encontró en el actor Henry Fonda ese cambio que representaba iniciarse en los años 40. La cita con la que abría la primera parte de este homenaje no fue una respuesta casual del cineasta. El genio de Maine encontró en el pionero de la saga Fonda, una necesaria escapada del género western muy útil para convertirse en un director polifacético, capaz de tratar todo un abanico de categorías y no encasillarse en el tentador vicio de un género que ha enterrado una larga lista de varios cineastas.
Es de esta manera, tras una experiencia agradable y provechosa junto al productor Darryl F.Zanuck en la cinta «El joven Lincoln», que el binomio Ford-Fonda vuelve a unirse de manera consecutiva en uno de los filmes que más y mejor han representado la Depresión de los años 30, «Las uvas de la ira».
Una cinta inolvidable que le valió la segunda estatuilla de la Academia a nuestro protagonista, tras la lograda por su trabajo experimental en «El Delator», pero esta vez con un reconocimiento unánime de la crítica; creando plano a plano una ternura ineludible en cada personaje, desde el ex-presidiario Tom Joad, encarnado por Fonda, pasando por una más que difícil interpretación de amistad a la fuerza lograda por el patriarca de la saga Carradine, John. Una road-movie tejida de manera artesana por las manos y mente de John Ford ayudado por sus sempiternos colaboradores: Nunnally Johnson en el guión y Gregg Toland en la fotografía.
Y es que uno no puede sentir el cine de Ford sin sentir a sus personajes. Resultaría estéril no ahondar en la humanidad que plasman los personajes que resultan del trabajo de artesano de este genio, sin conmoverse a cada diálogo: «Allí donde haya alguien luchando por asentarse en algún lugar, o por un trabajo decente o una mano amiga, allá donde haya alguien que luche por la libertad, míra en sus ojos mamá porque allí estaré yo..», una frase que exclama ese Tom Joad tan deshecho y comprometido que brinda Fonda, en el lecho de muerte de su madre mientras lo mira, una mirada de la actriz Jane Darwell en una auténtica lección interpretativa de afecto materno.
Ford consigue de sus personajes una humanidad única en cualquier cineasta. (Actores que representan el retrato familiar en «Las uvas de la ira»).
Nos encontramos en ese inicio de la década de los 40, ante un Ford en su mejor estado de forma, demostrando todo su potencial para regalarnos a todos los cinéfilos un nuevo retrato con matrícula de honor que le consagró como monstruo del séptimo arte y que le brindó su segundo Oscar consecutivo: ¡Qué verde era mi valle!. La película, que narra la emergente tensión entre sindicatos y explotación en un pueblo minero y de fiel tradición de Gales, logró arrebatar la estatuilla a la que para muchos es la película más influyente de la historia del cine: Ciudadano Kane. Juicios aparte, Ford logra conmover en un largometraje que derrocha nostalgia a raudales arrancando el alma del público más sensible a una factura visual irrepetible en 1941.
La actriz Maureen O’Hara se ganó el apodo de «Reina del Technicolor» gracias a su poderío físico y al trampolín del director John Ford.
Esta vez no estaba ni Wayne ni Fonda, pero sí la compañera eterna del primero, Maureen O’Hara que se ganó posteriormente y para siempre, el apodo de «Reina del Technicolor» ,exhibiendo un físico insultante a cada plano, en un difícil equilibrio entre delicada estética y grandilocuente guión.
«How green was my valley», fue el último trabajo de Ford antes de la II Guerra Mundial en la que nuestro protagonista se comprometió, como buen patriota, con un interés axiomático de boicotear a la Alemania nazi. Junto a un equipo que él mismo funda de cineastas, el bueno de Ford dedica los años de la guerra y de manera exclusiva, a sus filmaciones «in situ» en varios frentes de Guerra. Unos documentales que le anotaron otros dos Oscars más, por sus narraciones del desastre de Pearl Harbor en «7 de diciembre» y por «La batalla de Midway».
Tal era el empeño y la participación activa del genio de Maine, que no dudó a desplazarse por los frentes más relevantes del conflicto, entre ellos el Desembarco de Normandía o el del Norte de África. Aunque pese a su colmada participación, fue una única película en 1945, la que rodó en temática de la II Guerra Mundial de título «No eran imprescindibles» y con un elenco de lujo: John Wayne, Robert Montgomery, Donna Reed y Ward Bond.
Partida de póker que muestra a los jugadores, en un momento de relax, entre otros: John Ford, John Wayne, Henry Fonda y Ward Bond.
Pero el sello de Ford en su plena madurez no sólo no se había saturado, sino que no había hecho más que empezar…
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