Mar 10, 2014 Dani Arrébola Críticas 0
Dir.: François Ozon
Pro.: Eric y Nicolas Altmayer Gui.: François Ozon
Int.: Marine Vacth, Géraldine Pailhas, Frédéric Pierrot
François Ozon, parisino de 43 años, ha demostrado a lo largo de su carrera un especial conocimiento del alma femenina. De sus 15 largos –ha dirigido además una veintena de cortos y documentales-, casi la mitad poseen potentes personajes femeninos, cuando no absolutos protagonistas: Bajo la arena, 8 mujeres, Swimming pool, 5×2, Potiche, mujeres al poder… Y también alguna vez Ozon ha fijado su mirada en el mundo de los adolescentes: en Sitcom –su segunda película, del 98- por ejemplo, y, por supuesto, en su mayor éxito internacional, la reciente En la casa.
Si a estas características le sumamos una evidente inclinación hacia los asuntos cargados de morbo, cercanos alguna vez a la perversión, esta última propuesta, Joven y bonita, resulta ser, sin duda, una de sus obras más representativas: universo femenino, personaje adolescente, situaciones de franca perturbación. La protagonista es la guapísima Isabelle –la modelo Marine Vacth, hasta ahora rostro de Yves Saint-Laurent y Ralph Lauren-, una chica de diecisiete años, de familia acomodada, que vive en París y estudia en el instituto. Pasa las vacaciones en la playa, acaba de celebrar su cumpleaños y se entrega sin ningún entusiasmo a su noviete de verano.
Cuando llega el otoño, la vida de Isabelle da un cambio radical. Nadie lo sabe en su entorno ni mucho menos en su familia, pero muchas tardes Isabelle se esconde, se maquilla y se viste de manera sugerente, y acude a hoteles discretos para prostituirse con desconocidos con los que ha chateado en páginas de contactos de internet. La mayoría hombres mayores, seguramente casados, generalmente educados y de buena posición, que pagan muy a gusto 300 euros o más por satisfacer sus caprichos sexuales con una chica tan atractiva… y tan inexperta al principio.
¿Por qué se prostituye Isabelle? No es por dinero, no es por placer ni tampoco por castigarse ni por una dependencia emocional. No es ladrona, ni anoréxica, ni drogadicta: es prostituta, y tampoco ella sabe por cuánto tiempo ni con qué finalidad. Sus encuentros con los hombres son mecánicos, fríos; la vemos subir las escaleras del metro, atravesar los pasillos de los hoteles, ducharse y vestirse en las habitaciones, ponerse los vaqueros y guardar la falda estrecha y los zapatos de tacón una vez recuperada su personalidad. Apenas habla con sus clientes; si alguno la ofende lo aguanta sin rechistar y si otro parece sentir más de lo habitual su contacto humano, Isabelle no expresa mayor emoción.
Ozon recuerda el verso de Rimbaud “No existe seriedad a los diecisiete años”. La seriedad de la categoría moral, de la norma social, de la imposición de la “normalidad”; todo esto está ausente en el comportamiento y en el pensamiento de Isabelle. Siente su vida en clave de rebeldía, de afirmación de su identidad y de su sexualidad, de la forma más clandestina y más prohibida que puede encontrar. De esta manera, su mundo se desdobla: su vida familiar, sus estudios, sus colegas, su hermano pequeño, que la adora, por un lado; por otro, su vida secreta, su actividad oculta, el sexo pagado, indolente y quizá peligroso, de mano en mano y de cama en cama.
Pasa el invierno y llega la primavera, y habrá que saber qué va a ser de Isabelle. Cada estación está acompañada por una canción de Françoise Hardy que le sirve de contrapunto: la melancolía y el romanticismo del amor adolescente que impregnan las baladas contrastan con la rebeldía procaz y la aventura incomprensible y temeraria de la protagonista. Entre canción y canción, el estallido juvenil del cuerpo de Isabelle enfrentado al mundo de los adultos: la mirada de la madre, la ausencia del padre, las palabras de la mujer de Georges, el de más edad de todos sus clientes. Y cuando acaba el año, quizá acabe también esa aventura; pero seguramente seguirá siendo indescifrable. Por eso el interrogante sobre el futuro de Isabelle queda sin resolver: François Ozon se muestra como un inteligente observador, pero en la película no hay soluciones ni respuestas; ni mucho menos juicios: el autor comprende a su criatura y la deja libre en busca de su destino.
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