Abr 03, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Esta noche invito yo…a mi casa y al terror…
Con el impulso concedido por el premio a la mejor película en el pasado Festival de Sitges 2015 aterriza en este inicio de Abril La invitación, filme dirigido por la cineasta Karyn Kusama y encajonado en el siempre sugerente y atractivo cine independiente norteamericano. Y también con una sugerente copa de vino tinto en su cartel, nos auto-invitamos a contemplar sin prejuicio alguno y con una sonrisa ingenua y nerviosa en la butaca un ejercicio fílmico que, cuenta eso sí, con algún que otro buen seguro en su elenco, como por ejemplo Michiel Huisman.
Y la invitación y el vino tinto tienen lugar en una tranquila pero habladora noche en la casa de Eden (Tammy Blanchard), actual pareja de David (Huisman) pero ex-pareja y ex-madre de un niño ya muerto junto a Will (Logan Marshall-Green). Éste acude a la cita con su actual novia Kira (Emayatzi Corinealdi) dispuesto no solamente a volver a ver a todos sus amigos tras dos años sin noticias sino a contemplar qué tal le va a su ex con su nueva relación y, sobre todo, con su carga emocional tras la desgracia del pequeño. Pero desde el momento en que Will entra en la que antaño fuera su casa, va a darse cuenta de inmediato que su ex-pareja se comporta de manera nada habitual y que durante el transcurso de esa noche va a necesitar de toda su concentración para intentar desvelar por qué narices siente que nada en esa casa está destinado a que termine bien.
Kusama aprovecha cada gota roja del tinto elaborado en el guión por Phil Hay y Matt Manfredi y logra que una tensión in crescendo en un sólo espacio-tiempo descargue un extraño, placentero y adictivo miedo que estalla en su tercio final. La película es capaz de incoar la desgracia prematura de la filiación sin perder jamás su ADN, una sangre roja y atractiva en una copa de vino que se impone como un objeto animado y sumado en esa casa tan opresiva como fascinante. El buen trabajo coral de todo su reparto no hace más que ayudar a moldear la pureza del ejercicio, las fobias presentes en cada uno de los invitados y la angustia existencial por una sociabilidad amistosa que advierten disecar entre la locura y la desesperación.
La invitación fue premiada justamente con el mejor galardón en Sitges pero no merece la pena su visionado por ese laurel sino por el trato inteligente, constructivo y absorbente que la realizadora Karyn Kusama concede desde los primeros hasta los últimos momentos de maremoto emocional en esa casa. Y es que si uno no sabe en esta vertiginosa monotonía a quién o a qué acudir para despejar su mente, aquí tiene una preciosa ocasión para ser invitado e invitar a los demás a su casa…y al terror.
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