Sep 29, 2016 Dani Arrébola Críticas, Uncategorized 0
Por Dani Arrébola
Déjame leer esa carta y leerte el amor y el tiempo…
Algunos ya enlatan su cine con el adjetivo de rohmeriano, otros podrán decir simplemente que es el hijo despierto y presto de su padre, un tal Fernando Trueba, y de su madre, una tal Cristina Huete, pero muy poca gente podría negar que en tan sólo cuatro películas el joven Jonás Trueba ha sellado un ADN exclusivo en su obra, lleno de una esencia pura, vital y tan profunda y sencilla como una mano a la otra. En La Reconquista, su última película que se estrena tras pasar por el siempre exigente juicio de la prensa en el Festival de San Sebastián, Trueba exhibe todo su ingenio y artesanía, un universo filosófico de sencilla pero profunda digestión que esconde bajo su aparente epístola comunicativa un sinfín de virtudes capaces de perdurar en el tiempo, en las horas y en los días pasados una vez contemplado el filme.
El propio director escribe la historia que sitúa en el Madrid más transparente y cristalino a Manuela (Itsaso Arana) y Olmo (Francesco Carril), una pareja de jóvenes que se reencuentran quince años después de su intenso y fatalista amor juvenil. El tiempo será el eje vertebrador y el alma de toda la película. Un tiempo que cura y espanta, que alarma y tranquiliza y que dota de amor o desamor a nuestra pareja protagonista -porque desde el primer silencio de Francesco Carril y desde la primera sonrisa de Itsaso Arana hacemos a esa pareja nuestra-. Un tiempo sellado en la tinta de una de las muchas cartas que antaño se escribieron Olmo y Manuela, que ahora leen y releen y que corrigen y desdicen mientras uno mira al otro y advierte que en la hoguera puede quedar más llama que brasa…que, en definitiva, en esta vida el amor no tiene remedio a pesar de que ambos, uno comprometido (con una psiquiatra que encarna la siempre bella y precisa Aura Garrido) y la otra de flor en flor, afrontan y aceptan sus proyectos de futuro.
Decía el reciente fallecido y excelente filósofo Gustavo Bueno que en esta vida siempre pensamos en contra o contra alguien, y seguramente sea cierto, mas Trueba parece jugar siempre a favor de la mente de unos personajes que nos son más interesantes por lo que cavilan que por lo que expresan por la boca o el papel. No hay nada gratuito en las tres partes en que se articula esta reconquista etérea y casi onírica, ni siquiera en la retahíla de tres canciones que nos brinda el cantautor Rafael Berrio, padre de la protagonista. En su música las palabras bailan y sacuden los latidos de Olmo y Manuela, los purifica y, por qué no, al tiempo también los sala en su grueso escozor. Unos latidos que tan sólo entendemos por completo en la fascinante última parte del filme, donde vemos a un «Olmito» y a una «Manuelita», de excursión, en el génesis de su encuentro y de ese primer amor del que todos nos podemos sentir inmediatamente reconocidos. Es entonces cuando uno desde su butaca puede removerse y, en consecuencia, emocionarse: Trueba nos recuerda en sus personajes nuestros condicionales que -quizás- nos condicionaron toda una vida, ¿y si le hubiera dicho ésto aquella vez que paseábamos…? En mi caso -tan estoico como huelguista- prometí de por vida esperar en el andén, nunca más coger el siguiente tren para no sentir jamás algo parecido a lo que dejé escapar en esa vía, pero, en parte, también para no revivir esos latidos que seguirán echando chispas y que el pequeño de los Trueba te dispara con poesía y precisión. La rabia se apodera pero es entonces cuando adviertes que esa rabia con el tiempo es inevitable y esencial y que quizás va siendo hora de encarrilar los raíles que no pudiste encarrilar, de coger otra locomotora que con renovada velocidad te ayude a olvidar…y recordar.
La Reconquista es un documento imprescindible en la cada vez más madura y encauzada obra de Jonás Trueba. Encontrarás en ella virtudes que te perfumarán la mente mucho más allá del momento presente de su visionado. Pero sobre todo, en las miradas cruzadas de esos dos jóvenes y adolescentes protagonistas, sentirás tu propia llama y tus cenizas, volver a arder y evaporarse en un recuerdo que sólo el tiempo es capaz de entender.
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