Jun 08, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Carey Mulligan enamora a sus tres pretendientes y a todos en una exhibición de inquietudes
A pesar de que muchos aún asocien de manera automática el nombre de Thomas Vinterberg como uno de los co-fundadores de la famosa doctrina Dogma 95 -que en teoría, y nunca mejor dicho, estaba destinada a revolucionar el lenguaje cinematográfico- lo cierto es que el director danés se ha alejado al completo en sus últimos trabajos de aquel perímetro de acción intelectual con el que, junto a su compatriota Lars von Trier, emergió en el séptimo arte. Lejos de aquella maravillosa y divertida cinta familiar laureada en mil festivales, con título igual de festivo como Celebración (1998), queda su igual de admirable y portentosa película La caza (2012), nominada por la Academia al Oscar a mejor película de habla no inglesa y la consolidación del cambio a mayor libertad en la filmación del cineasta danés. Con el refuerzo de todo un clásico de la literatura anglosajona como Thomas Hardy, Vinterberg adapta ahora Lejos del mundanal ruido, una de las célebres novelas del escritor británico que ya fue llevada con acierto a la pantalla a manos de John Schlesinger en 1967.
La acción se sitúa en la Inglaterra rural de 1870 donde vive Bathsheba Everdene (Carey Mulligan), una joven damisela que además de encantar a cuantos se le cruzan por el camino por su belleza, logra el cariño popular por su flexible e independiente personalidad, muy adelantada en su género para la época. Bathsheba, que también es por herencia la propietaria de la mayor granja de la zona, se verá en el difícil dilema de elegir entre los tres pretendientes que, de forma azarosa, le han pedido su mano: Gabriel Oak (Matthias Schoenaerts) un gentil ganadero especializado en la cría de ovejas; William Boldwood (Michael Sheen) un rico noble y maduro soltero y Frank Troy (Tom Sturridge), un joven apuesto y temerario soldado. Ella se siente atraída por los tres, pero como mujer le será difícil encontrar un lenguaje en palabras que le ayude a canalizar sus sentimientos en un mundo donde los hombres pueden expresar con facilidad los suyos…
Y aunque todos hemos visto ya, y en reiteradas ocasiones, esta historia (ya sea en la primera adaptación de Schlesinger con una insultantemente bella Julie Christie, o en el sinfín de obras de época basadas en la compleja elección de tu futuro correspondido), no molesta ni un ápice de lo que vemos en pantalla que, por cierto, también te ayuda a recordar que la perseverancia y la frialdad se imponen a la flema más romántica y traicionera. Vinterberg ofrece desde los primeros minutos y planos del filme, un cuidado y mimado trabajo estético sobre la obra de Hardy y, a pesar de que en ningún momento logra estallar una emoción detonadora, el encanto de esta trama de época es perdurable incluso al acabar la misma.
La compleja encrucijada amorosa en la que se ve envuelta la protagonista, está brillantemente encarnada en la piel de una Carey Mulligan que pide permiso para entrar en el top five de las actrices británicas contemporáneas más cualitativas y polifacéticas. Su rostro es toda una exhibición de inquietudes limadas en primeros planos en un contexto en el que ser mujer en la Europa Occidental era algo así como cuatro veces más difícil y más material que en la actualidad. Raya a tal altura Mulligan, que mientras enamora al personal, se come a expresiones y a escenas a sus tres pretendientes los cuales, no obstante, se muestran creíbles y bien encajados en las particulares aristas de sus caracteres. Y en la elección más técnica, el director danés se marca otro puño para arriba con el exquisito acompañamiento musical orquestado por Craig Armstrong, muy presente en casi la totalidad de la cinta y, sobre todo, con la excelente fotografía de C.B. Christensen, capaz de captar todo el hechizo bucólico del paisaje agreste británico de siglo XIX.
No estamos ante la mejor obra de Vinterberg, ni siquiera el espectador encontrará sus señas más identificativas que le han consolidado como uno de los realizadores europeos más brillantes de las últimas dos décadas, pero Lejos del mundanal ruido vale la pena verla por la valentía y generosidad del cineasta danés en atreverse a mimar y brindar una preciosa y psicológica historia de época y, también, y ante todo, vale la pena verla por un preciso y suficiente motivo llamado Carey Mulligan.
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