Abr 22, 2013 Dani Arrébola Críticas 0
Dir.: Walter Salles
Pro.: Charles Gillibert, Nathanaël Karmitz, Rebecca Yeldham Gui.: José Rivera
Int.: Sam Riley, Garrett Hedlund, Kristen Stewart
El brasileño Walter Salles tiene una carrera interesante y variada, con películas como Estación Central de Brasil –un tremendo documento-, Dark water –su incursión en el cine de terror con la revisión del título original japonés- o Diarios de motocicleta, el viaje del joven Ernesto Guevara atravesando América del Sur. Esta historia itinerante quizá esté en el germen del apasionante proyecto de llevar al cine On the road: Francis Ford Coppola, como productor ejecutivo, ha confiado a Salles –tras seis años de trabajos y titubeos, es verdad- la recreación del particular universo de Jack Kerouac.
En los pasados años 50, Kerouac dinamitó el panorama literario americano con la publicación de On the road, un relato interior, un intenso y apasionado monólogo vital que escandalizó por su libertad narrativa y su muy explícito contenido, a la vez que inauguraba la “Beat Generation” de las letras americanas. El reto de llevar esas páginas a la pantalla era tan potente como la propia expectación levantada por su rodaje y su estreno. Walter Salles y su guionista, José Rivera –el mismo de los Diarios del “Che”- lo han enfrentado con decisión y sin rehuir el riesgo.
El protagonista y narrador de la historia es el aspirante a escritor Sal Paradise –interpretado por Sam Riley-, que traba amistad con otros jóvenes de Nueva York: el tranquilo Carlo Marx, el atrevido Dean Moriarty y la novia de este, Marylou –Kristen Stewart-, de apenas dieciséis años. Fascinado por la personalidad y los argumentos de Dean, cuando la pareja se traslada a Denver, Sal atraviesa América para encontrarlos; y desde allí, los dos amigos solos o con muy diversas compañías viajan en su viejo coche por todo el mapa: Nueva York, Luisiana, San Francisco, Denver otra vez, Indiana, Missouri, Texas… sin parar hasta llegar a Méjico.
La carretera, el camino, los acerca o los despide de otros lugares, otras personas: Jane y Terry, Ed y Galatea Dunkle, el incombustible Old Bull Lee, y Camille, la “otra” mujer de Dean… La amistad entre este y Sam parece indestructible y navega entre el humo de los cigarrillos, la música trepidante, las drogas y el sexo desinhibido, sin complejos ni tabúes. Los dos jóvenes lo comparten todo y viven su aventura a cuatro ruedas, a toda velocidad y sin pensar en el destino. Dean no tiene más preocupación que su propia existencia, sin huellas ni recuerdos; Sam, por el contrario, vuelca sin cesar en sus pequeñas libretas negras la contabilidad errante, azarosa, vital, exprimiendo el presente en un diario que es una premonición de la obra futura. Después pegará hojas y hojas y quemará su máquina de escribir redactando febril, sin pausa y sin reserva, la memoria de su viaje.
Las imágenes de Walter Salles –a veces repletas de vida, a veces de soledad, como sacadas de un cuadro de Hopper- son fieles a Kerouac, a sus personajes fronterizos y a sus ambientes: su universo en sepia, abrasado por las pasiones, el ritmo de los cuerpos jóvenes, los hipnóticos mundos paralelos y las emociones a flor de piel. Más difícil habría sido reproducir la subversión del estilo, la ruptura de las estructuras narrativas presentes en la obra literaria, que hace de En la carretera una pieza inaugural, única. Por el contrario, la película se desenvuelve en el terreno del relato tradicional; puntuado, eso sí, por la constante voz del narrador –la primera persona en las páginas de la novela- y la evidencia de la mirada elocuente del protagonista sobre cuanto lo rodea.
No lo sabemos mientras los vemos –y además, no importa-, pero en la pantalla está el propio Jack Kerouac, y con él toda una constelación: Allen Ginsberg, William S. Burroughs y Neal Cassady con sus amores: su mujer Carolyn y su amante y compañera LuAnne Henderson. Ciertamente, ellas en el papel subsidiario que el autor les asignó: el mundo de On the road es un mundo de hombres y la película también lo muestra así. En cualquier caso, y en ausencia de otra opción más arriesgada, Salles y Rivera han acertado a resolver, con su guion y sus imágenes, un envite de tanta envergadura como dejarnos ver –dentro de lo posible- lo que Kerouac escribió.
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