Dic 19, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Mario Casas in crescendo
Todo un corpachón físico para filmar -y del que se sirve- se propuso el cineasta navarro Fernando González Molina cuando decidió adaptar la novela Palmeras en la nieve, escrita por Luz Gabás. Tras un intenso rodaje de varios meses de vida, ahora llega esa otra vida que el cine -por aquello de ser un arte cíclico- concede y reta desde el momento en que la criatura pare en las diversas salas del país. Y para adaptar tal corpachón, el director elige a Mario Casas -que es otro corpachón de muy buen ver- como uno de sus protagonistas ya que, por algo González Molina conoce bien a su actor fetiche al cual le otorgó dosis de caché interpretativo a sus altas sobras de caché carpetero en Tres metros sobre el cielo.
Y Casas es Kilian, un hombre rural del Pirineo oscense que en 1953 rumbo a la isla de Fernando Poo, en la colonia española de Guinea. Allí vive su padre, Emilio Gutiérrez Caba, que sería como el Don o el Sr. entrañable pero al que hay que respetar en la plantación de cacao donde impera desde hace ya un buen puñado de años. En un tiempo más cercano al nuestro, en 2003, se presenta a la sobrina de Kilian, que no es otra que la siempre interesante y diligente Adriana Ugarte, la cual decidirá viajar a esa exótica tierra tras leer una fascinante misiva de su tío que esconde amor y odio a partes iguales…
Oxigenada por unos magnánimos paisajes, la película es capaz de sobrevivir a su propia ambición con la receta base, esto es, con las ganas de un acertado elenco artístico en el que, además de pasearse por allí un siempre convincente Emilio Gutiérrez Caba, y otorgar nuevo brillo la siempre estimulante y radiante Macarena García, Mario Casas confirma que sus oposiciones a gran actor están dando sus frutos por encima de cualquier gran músculo o sonrisa. El amor y el odio pero también el encuentro y el desencuentro -tanto físico como psíquico- se citan en esta más que correcta adaptación de la novela de Gabás, en la que también hay espacio para incluir tímidamente el signo de la exclamación a la palabra colonialismo, que aquí es más nuestra que nunca…
Palmeras en la nieve puede ser una excelente opción para evadirse en estas fiestas navideñas en las que tanto cuesta evadirse. González Molina construye una fachada de film inmensa, con sus flaquezas pero también con sus cementos, que en buena parte de los mismos se esconden las virtudes emergentes de un Mario Casas con tintes homéricos.
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