Ago 25, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Es Ricki en el rock pero también es la Messi de las actrices: doña MeSSyl Streep
No suele ser un director que aparezca en los tan imprescindibles como absurdos tops anuales -que ya también son semestrales e incluso diarios- pero lo cierto es que al realizador neoyorquino Jonathan Demme no le faltarían trabajos para aparecer en estas «sagradas listas». Quizá le ocurra como a esa chica decente, guapa y estudiosa que aprobaba todo y caía bien a todo el mundo de lunes a viernes del mediodía pero que pasaba del todo desapercibida a la hora de ser avisada por Tal y a Cuál para ir de farra. Empieza a estar claro que a sus 71 años el cineasta estadounidense no va a sacarse de la manga un estilo «made in Demme» o algo parecido con el que pueda confeccionar una fiel legión de seguidores pero, no obstante, a falta de sellar un estilo propio y reconocible como sí logran otros varios «compis» de clase, Jonathan Demme ha demostrado saber explicar de manera eficaz y contundente aquello que filma en pantalla: sus ya convertidos en clásicos, El silencio de los corderos (1991) o Philadelphia (1993) son buenos ejemplos de ello y, mientras las fuerzas -sobre todo las de su mente- le funcionen, Demme también ha demostrado que seguirá al pie del cañón. Y continuará dirigiendo sin plasmar su ADN de manera exponencial pero intentando dejar una huella que siempre deja un rastro preciso y solvente allá por donde pasa. Y su huella, bajo el gamberro título de Ricki, nos llega ahora de estreno deslizada por el mayor seguro de vida que, desde hace décadas, cualquier cineasta puede exprimir: el seguro llamado Meryl Streep.
La historia, escrita por la guionista y blogger Diablo Cody, nos centra todo el foco de atención en Ricki (Meryl Streep), una guitarrista sesentona la cual sacrificó todos sus lazos años atrás, incluido su hogar y familia, para intentar alcanzar su sueño, que no era otro que el de convertirse en una estrella de rock. Pronto conoceremos a su familia y a la desunión que vive Ricki con los suyos en el momento en que su ex-marido Pete (Kevin Kline) le pida a ésta que viaje hasta Chicago con tal de visitar y ayudar a Julie (Mamie Gummer), la hija de ambos, ya que está pasando una mala racha tras divorciarse. Será entonces cuando no solamente Ricki, sino el resto de su familia empezarán a advertir que están mucho más apegados de lo que jamás se hubieran imaginado.
Ricki nos habla de valentías y cobardías, de las consecuencias casi siempre negativas que porta el «casi» en nuestras vidas, de ese «casi que decido esto…casi que no estoy seguro/a de aquello otro»…también estamos ante un documento positivo y fructífero sobre un reencuentro y re-descubrimiento familiar, capaz de abrirte los ojos y sentir la buena ventura que uno puede vivir cuando acepta a su verdadera madre como lo que es, una libre rockera, y acepta, en consecuencia, las vías del carril que ésta nos suele imprimir a todos desde que nos pare…que -normalmente y aunque nos empeñemos en desviarnos del camino- suelen ser las mejores vías posibles en esta compleja existencia. Bajo el pretexto de un rock & roll que nunca muere, Jonathan Demme se centra en contarnos una historia sólida con mucha más tristeza en su capa profunda que en la superfície desenfrenada y socarrona que cubre su piel y, lo cierto, es que como en casi todas sus películas en las que no ejerce ningún estilo aparente, sale bien parado de la misma.
Y sí, claro que sí: existe además en el film esa fuerza sobrehumana y camaleónica en cuerpo de mujer que se te va a quedar sellada en la retina durante horas, días y, quizás también durante años, aquel ente divino y fabuloso que ya podríamos prever antes de la primera nota de guitarra, un ente que al que los jóvenes de hoy llamarían algo así como «la Messi de las actrices», a pesar de que mucho antes de que varios de éstos nacieran ya había evidenciado ser, en un buen puñado de ocasiones, la mejor actriz del mundo: doña Meryl o Messyl Streep vuelve a emocionarnos y dejarnos embobado con un nuevo registro artístico a la par que pone el turbo directo a su vigésima nominación a la estatuilla dorada…veinte nominaciones, un número redondo y todo un récord incapaz de creer que alguna fémina pueda incluso arañar algún día. Es Meryl Streep, aquí escudada por un veterano como Kline y por una rumbosa y convincente Mamie Gummer -por cuyo rostro deducimos que no hace falta ser experto fisiónomo para cerciorar que no sólo es su hija en la ficción sino también en la realidad- la columna de sujeción de esta Ricki o, dicho de otro modo, la nota que otorga la música entera a la película.
Ricki no es la película del año, pero mientras la contemple el espectador disfrutará, sonreirá, se sentirá mejor que nunca en este final de verano y, sobre todo, encontrará un imponente motivo para pagar su entrada llamado Meryl Streep.
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