Jun 23, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Terremoto de tópicos yankees pero terremóticamente entretenido
Algún que otro cortometraje de animación y dos comedias familiares/infantiles es el legado que, hasta el momento, acumula el joven director canadiense Brad Peyton. Obviando su tarea polifacética donde también ha escrito y producido alguna que otra serie para televisión, Peyton no acabó de convencer ni a la crítica ni al público en su dirección encargada de plasmar en pantalla la pelea entre animales propuesta en Como perros y gatos: La revancha de Kitty Galore (2010), ni mucho menos convenció en su particular adaptación de la mítica novela de Julio Verne Viaje al centro de la Tierra 2: La isla misteriosa (2012), de la que, si bien su factoría técnica merecía el aprobado, la película pedía a gritos en su trama -sobre todo para los más pequeños- algún elemento de mínima sorpresa. Con ganas de desquitarse de este pobre botín, la carrera de Peyton realiza ahora un giro de 360 grados, decidido a hacer temblar literalmente la pantalla bajo el titulo San Andrés… la falla telúrica que originará toda una catástrofe en la costa de California.
La trama -basada en la historia de Andre Fabrizio y Jeremy Passmore- arranca en los momentos previos en que la famosa falla de San Andrés cede debido a las fuerzas naturales telúricas. Nadie ha hecho caso a los expertos sismólogos que avisan de un peligro que ya no se puede remediar: se ha desencadenado un terremoto de magnitud 9.5 en la escala de Richter, el más grande jamás registrado en la historia. Ray (Dwayne «The Rock» Johnson), es un piloto de helicóptero que trabaja en Los Ángeles dentro del cuerpo de las fuerzas de búsqueda y rescate y recién separado de su esposa Emma (Carla Gugino), pero el cual se verá obligado a realizar un último viaje junto a ella para salvar lo único que les une: la hija de ambos, Blake (Alexandra Daddario), se encuentra en San Francisco, atrapada entre la catástrofe.
La película posee todo un combinado de destrucción digital masiva e intencionada, de furia propia y de tópicos topiquísimos que, surgidos desde el otro lado del charco o desde el otro lado del tsunami en este caso, se han convertido en tópicos universales. Podríamos ponernos con derecho propio bien exigentes y rigurosos, oséase bien pelmazos, e instalados en la queja más severa, podríamos sacar el látigo para preparar la azotaina ante tal contexto expuesto en la cinta, saturador y repetitivo en otros tantos filmes yankees y en consecuencia poco original y muy intuitivo para el espectador; pero si bien es cierto todo lo anteriormente visto, no es menos que una buena parte de este espectador podrá sentirse bien saciado y recompensado en la casi totalidad de este metraje telúrico. San Andrés logra imponerse finalmente entre su ruina y chatarra digital de tópicos yankees como un terremoto terremóticamente entretenido, y eso es un logro suficiente como para no derruir con nuestras manos todo lo que vemos en la misma, y dejárselo todo a la madre geológica naturaleza.
Y también parece que Dwayne «La Roca» Johnson le está pillando el gustillo a esto de aprovechar sus músculos de luchador para servirlos en la pantalla, sin que éstos ni su expresión con rasgos samoanos chirríen en ningún momento. Su personaje mantiene bien el pulso con las fuerzas telúricas y se impone a cada plano por ko técnico al de su ex o re-esposa, Carla Gugino, y al de su hija Alexandra Daddario. Bueno a esta última no es capaz de borrar del todo Johnson si atendemos al magnetismo que brindan los ojos cristalinos de esta moza esbelta y diáfana que oposita fuertemente a nueva musa juvenil hollywoodiense de la próxima década. Siempre bajo la sombra de los músculos del archi-protagonista, y junto a dos hermanos -uno apenas un mozalbete- enamorados de la susodicha princesa eléctrica, este elenco artístico forma un grupeto lo suficientemente interesante como para ganarse el anhelo de esperanza de victoria al desafío geológico por parte del espectador.
San Andrés es un terremoto de fuerza repleto de tópicos blockbusterianos capaz de poner nervioso al público que no quiera abrirse paso entre la maleza y metralla digital de los últimos años, es decir de siempre; pero igual de efectivo es afirmar que para aquellos otros que sí decidan obviar el polvo demolido y aventurarse en esa caótica San Francisco, la película puede garantizar y garantiza lo que ofrece desde su punto de partida: dos horas de evasión absoluta para aquel que compre la entrada y, de propina, cierto homenaje científico a la geología que incluso a alguno podría despertar una vocación sísmica desconocida.
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