Ene 02, 2017 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
¡Shhhh! Genio creando…y creyendo
Escribir, pronunciar, o leer el nombre de Martin Scorsese supone de por sí una fiesta absoluta para los sentidos. Desde que el veterano cineasta neoyorquino irrumpiera a finales de los 60 con un puñetazo en la mesa que rompía los cánones establecidos en el séptimo arte, no han cesado los títulos inolvidables que nos ha brindado el «tío Marty» a lo largo de sus ya cinco largas décadas de filmografía. Y ahora, justo al iniciar un nuevo año esperanzador en nuestras salas, nos llega su último y monstruoso trabajo bajo el nombre tan imponente de Silencio y que completa su trilogía sobre la fe, tema recurrente y casi obsesivo en la obra de este genio de Queens.
La historia, que adapta la novela del mismo nombre de Shusaku Endo, nos sitúa en el lejano Japón de finales de siglo XVII. Allí, Rodrigues y Garrpe, dos misioneros jesuitas portugueses (encarnados por Andrew Garfield y Adam Driver), viajarán con tal de investigar los interrogantes que han llevado a uno de sus compañeros (Liam Neeson) a renunciar a la fe, algo insólito y difícil de creer -nunca mejor dicho-, en aquella época. Pronto ambos descubrirán el horror con el que conviven unos creyentes cristianos martirizados por la hegemonía budista que rige en el Imperio del Sol Naciente.
No hay plano que no derroche calidad en los 159 minutos de metraje de un Silencio de Scorsese que es toda una lección de un veterano al que jamás le tiembla el pulso. No es tanto el mensaje de la fe impregnado en el filme, ni siquiera la lucha que ejerce la misma cuando se contrapone con la divinidad y con otra «hermana» religión, sino más bien la manera en que el director nos retuerce el cerebro como un caracol plegado hasta el límite. Un pliegue moral in crescendo igual o mejor planificado que en la novela de Endo e impregnado en el rostro del emergente y sensacional actor Andrew Garfield al que uno siempre se cree y, en consecuencia, entiende y sufre junto a él. Y si al mejunje le añades los tics verdes que sólo un genio con kilometraje de cine a sus hombros puede añadir, percibes que la prácticamente ausencia total de banda sonora no hace más que redondear todo ese contenido de fe y apostasía que gota a gota inocula la cinta.
Silencio no es sólo un buen título más en la vasta y fructífera filmografía de Scorsese, sino también toda una lección de cine que va susurrando su fe y calidad al oído de un espectador el cual no le importará sentarse en la butaca como un ateo y levantarse de la misma con un revoltijo de creencias inusitadas en la mente. Teniendo en cuenta que lograr todo lo expuesto está al alcance de muy pocos, y que no es que abunden películas que desde el mismo momento de su cocción aromatizan a obra maestra, vale la pena pagar la entrada y sobre todo guardar Silencio ya que…»Shhhh. Genio creando…y creyendo!«
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