Oct 20, 2012 Dani Arrébola Clásicos 0
Por Dani Arrébola
En plena dictadura argentina del llamado, a modo de eufemismo, Proceso de Reorganización Nacional, nos encontramos ante esta película dirigida por el reivindicativo cineasta Adolfo Aristarain. La cinta, que ya en su mismo título tiene impresa el alma crítica del realizador argentino, narra la historia de un ex-sindicalista, Pedro Bengoa (Federico Luppi), que consigue trabajo en la empresa Tulsaco, una compañía que se encarga de extraer cobre en amplios yacimientos mineros previamente contratados por los peces gordos de la sociedad.
El argumento se nuda a partir del encuentro en el trabajo de un viejo amigo del protagonista Bengoa, Bruno Di Toro, (Ulises Dumont) , el cual propone al primero simular un accidente para cobrar una indemnización que les permita dejar para siempre ese trabajo tan insalubre como peligroso e incluso tramposo. Pero el plan sale mal (no quiero contar spoiler) y desde este momento empezará un auténtico juego equilibrado lleno de una fantástica ambivalencia entre justicia-explotación, convirtiéndose este filme en un ajustado retrato de la ardua política social argentina en el contexto de una de las épocas más crueles de la nación de la plata.
Destacar de la película sobre todo dos cosas: en primer lugar la actuación monstruosa, perfecta y más que convincente de Federico Luppi, uno de los mejores actores sudamericanos de todo el siglo XX en mi humilde opinión. Su trabajo no era nada fácil en esta historia y el bueno de Luppi consigue inmiscuir el sentir de todo un pueblo oprimido por la exigua justicia social del gobierno fascista del general Videla, con una expresión y gestualidad que perfectamente podrían servir de manual para todo actor novato; en segundo lugar, la dirección y guión de Aristarain logran que la historia tenga un ritmo in crescendo con un final inesperado, algo bastante complejo teniendo en cuenta la naturalidad de la trama que resulta compleja encajar a priori en un lenguaje cinéfilo. También la buena banda sonora compuesta por Emilio Kauderer, acompaña haciendo un gran favor al dinamismo presente en la intriga de la cuestión.
Uno de los conceptos que echo en falta en Tiempo de revancha es que no se acaba de profundizar en la psicología de los personajes (exceptuando al protagonista Luppi), apareciéndonos por ejemplo como casi un títere el papel de la esposa de Bengoa interpretado por Haydée Padilla, movida tan sólo por las vías sin condición del guión que sitúa su interpretación y la de varios secundarios en una posición fría respecto al espectador. Es por eso que, sin ser un arduo defensor de exceder en los metrajes de las cintas, considero que esta película en particular le hubiera merecido la pena una extensión quizás incluso de una hora más de metraje, para comprender en un sentido completo todo el mundo anímico y las inquietudes de sus secundarios. Eso sí, sería abusivo no tener en cuenta las actuaciones de Ulises Dumont en el papel de Di Toro, y de Julio di Grazia en el papel del abogado Larsen, demostrando el porqué pese a todo, y con sus trabajos rigurosos y meticulosos, pertenecían al elenco de toda una de las mejores generaciones de actores argentinos. Haciendo un símil con la película, es como si estos dos grandes actores lograran extraer en su propio yacimiento interpretativo, petróleo de unos papeles de guión limitados.
Aristarain arriesga y apuesta fuerte como casi siempre y le sale cara en la moneda en un filme que resuena como un grito a voces de toda una nación. Tiempo de revancha merece un visionado reflexivo y analítico por su capacidad de demanda social y también un disfrute desvestido de prejuicios políticos por poseer varios de los ingredientes que reclama el cine universal: gancho, ritmo y suspense.
Puntuación Ránking Apetece Cine:6,1
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