Sep 26, 2015 Laura Díaz Esteve Clásicos 0
“Eres distinta. Te pareces a mí. No te conformas con cualquier cosa. No quieres seguir siendo una camarera. Tú y yo nos abriríamos camino a través de este estado. Y de Kansas, y de Missouri y de Oklahoma. Y todo el mundo se enteraría.”
Lo exclamaba Warren Beatty en el papel del forajido Clyde Barrow en Bonnie & Clyde. Narraba la historia de la pareja de asaltantes de bancos más famosa de la gran depresión, e igual que estos atracadores sacudieron el Medio Oeste en su momento, Beatty lograría que todo Hollywood se enterase de que exigía un papel destacado en la industria. Con esta película, de un realismo y una violencia abrumadores para el momento, cambiaría el rumbo de su carrera al tiempo que inauguraba una nueva forma de hacer cine.
Tras darse a conocer en Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961), el apuesto Beatty no había participado en proyectos que le permitieran desvelar todo su potencial. Se consideraba heredero de James Dean, Marlon Brando y Montgomery Clift, y no soportaba que lo tratasen como a un simple playboy. Sintiéndose, por tanto, demasiado bueno para las películas que le ofrecían, se tomaba el lujo de rechazar propuestas como la de interpretar a John F. Kennedy, quien quiso que Fred Zinnemann le dirigiera en un biopic. Por este motivo, empezó a concebir proyectos propios como ¿Qué tal, Pussycat?, una comedia que planeaba protagonizar junto a Woody Allen y que finalmente abandonó. No lograría centrarse verdaderamente en una historia hasta que, en una cena con François Truffaut, oyó hablar de un texto concebido por dos jóvenes periodistas de la revista Esquire que se habían puesto en contacto con el cineasta.
Robert Benton y David Newman se habían aventurado a escribir un guion con el bagaje de ver cientos de películas de la nouvelle vague en los cines de arte y ensayo y se habían atrevido a enviarlo a su director más admirado, que no conseguía lograr el apoyo de los grandes estudios para llevarlo a cabo por su miedo a que los protagonistas, verdaderos criminales, resultaran poco atractivos. Además, el proyecto consistía en versionar una historia real que ya se había llevado al cine anteriormente. De nuevo, presentaba a los míticos Bonnie Parker y Clyde Barrows quienes, empujados por un mismo carácter en busca de fama, fortuna y emoción, emprendieron una carrera criminal que les convertiría en héroes populares.
Cautivado por el texto, poco tardó Beatty en ponerse en contacto con los dos periodistas y, obcecado en controlar todo lo que sucedía en la película, dio un salto a la producción, logrando que la Warner Bross, con la que había trabajado anteriormente, aportara la parte de financiación que a él le faltaba. Gozando de la libertad que suponía su nuevo cargo, Beatty dio ritmo al texto de los dos periodistas con el guionista de televisión Robert Towne y contrató a Arthur Penn como director. Además, escapando del estricto control de los estudios, se alejaron de los platós de L.A para rodar en exteriores, en el noroeste de Texas, con lo que lograrían una atmósfera muy realista que haría resaltar la interpretación de los actores.
Además del texto con una seriedad propia del cine europeo, la selección del reparto fue otra novedad destacada en Bonnie & Clyde. Para acompañar a la pareja protagonista, formada por el propio Beatty y una seductora Faye Dunaway, recurrieron a los escenarios y escuelas de Nueva York en lugar de llevar a cabo a los procesos de selección típicos de los estudios, donde los representantes traían a todo un reparto de intérpretes que cuadraban con un aspecto y un estilo muy similares (ojos azules, rubios, piel bronceada…). Una nueva generación de actores como Dustin Hoffman o Al Pacino comenzaban a destacar en la Gran Manzana. Ahí contrataron a Gene Hackman, un hombre de aspecto corriente para actuar como el basto hermano de Clyde y a Ellen Parsons para que fuese su esposa, la sencilla hija de un párroco enloquecida por la vida fuera de la ley. A pesar de que Parsons sería la única en recibir un Óscar por su interpretación, todos ellos sobresaldrían en sus papeles ya que consiguieron personajes complejos y ambiguos. Tras la excitación inicial y los primeros atracos, la sombra de una condena permanente y los efectos de su propia leyenda, exagerada por la prensa, empezarían a calar en los protagonistas. La crispación y el temor se cuelan en el Ford de la tropa Barrow entre la euforia de un atraco exitoso y el aburrimiento.
Por otro lado, también se abordó el sexo de una manera inusualmente franca. La sonrisa encantadora y la actitud deslumbrante de Clyde escondían a un hombre inseguro y “poco apasionado”, por lo que la relación fogosa e intensa que los espectadores hubieran dado por sentada entre los atractivos Bonnie y Clyde se convierte en un romance casi platónico basado en la comprensión y mútua companía. Finalmente, el realismo también copaba las escenas de acción y violencia, que describían de manera gráfica los cuerpos cosidos a balazos, el dolor y la sangre resultantes.
Como resultado, las primeras reacciones a la película fueron mayoritariamente negativas. Sin embargo, tras un largo periodo de desencuentros con la Warner por la distribución de la cinta, las opiniones empezaron a cambiar al valorar que, con su descarnada autenticidad, Bonnie & Clyde provocaba que el público empatizase con dos criminales que se enfrentaban a la autoridad del dinero y al control policial, que permitía la pobreza de miles de familias. En este sentido, una escena clave de la película tiene lugar cuando, poco después de su primer encuentro, Clyde enseña a disparar un revólver a Bonnie apuntando contra una casa abandonada y un padre de familia desahuciado se les une cargando contra el cartel de embargo del banco.
Con este mensaje antisistema, se convirtió en una de las 20 películas más taquilleras de la historia en 1968. Por ella, Warren Beatty se convirtió en una figura de gran influencia en la industria, pero además, el filme estrenaba una nueva etapa de producción cinematográfica, alejada de las producciones los grandes estudios que hasta el momento habían dominado la industria, y que se bautizaría como el “Nuevo Hollywood” de la década de los setenta. Tal vez por ello, en la primera proyección pública de Bonnie y Clyde, que se celebró en una sala con gigantes de la gran pantalla como Charlie Feldman, George Stevens o Sam Goldwyn entre muchas otras celebridades, uno de los presentes exclamó: “Señores, Warren Beatty acaba de darnos a todos por el culo”.
*Para ampliar información y conocer más sobre el «Nuevo Hollywood», recomendamos el libro Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind.
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