Ene 11, 2023 Dani Arrébola Críticas 0
Por Arnau Martín
El imperio contraataca
Cuando Damien Chazelle presentó “La La Land” en 2016, una de las grandes virtudes que se remarcaba de la película era la enorme efectividad de su trama romántica, anexionada a la capacidad del cineasta de remitir a la tradición del musical y a sus distintas ramificaciones. Tras el éxito rotundo del film, el cineasta siguió ofreciéndole voto de confianza a Ryan Gosling con la odisea espacial “First Man”, y también se inmiscuyó en televisión con la serie “The Eddy”. Ahora, no obstante, el Chazelle más ambicioso y excesivo emerge de la mano de su nueva película, “Babylon”. En ella, se narra la transición del silente al sonoro, pero de una forma un tanto especial. Si “Once Upon a Time en Hollywood” se escribía como una recapitulación de las buddy movies a capricho del siempre versátil Quentin Tarantino, “Babylon” da por sentados los códigos expresivos del metacine y los traslada a una dimensión festiva y explosiva. En el último largometraje de Chazelle, el rodaje es un campo de batalla. Levanta un film adrenalínico e hipervitaminado, pero que sabe detenerse en momentos clave, como si el Darren Aronofsky de “Requiem for a Dream” frenara en seco. En una de las líneas más inspiradas de la película, se especifica que lo que pervive son las ideas, y que habrá muchísimos actores que se asemejen a lo largo de la historia, o que en su star image abracen los mismos valores. Chazelle dibuja un estado de ánimo, contagiado por los ritmos frenéticos de “Boogie Nights” y “The Wolf of Wall Street”, oscilando de los locos y desinhibidos años 20 hasta los serenos años 30, cuando se impuso una moral determinada. El cineasta prosigue en su afán de exigir mejoras a la socorrida técnica del plano secuencia, y análogamente a cineastas como Paul Thomas Anderson en sus inicios, emplea el movimiento de cámara como un turbo motor, sobre todo en los primeros compases. Chazelle, antes de precipitarse hacia el prototípico discurso melancólico sobre las imágenes del cine pretérito, filma la mejor escena de fiesta desde “La Grande Bellezza”. Porque los atractivos del film también residen delante de la cámara.
“Babylon” es una carta de amor a los decorados físicos y a la puesta en escena tal y como se entendía en el cine del Hollywood clásico. También a los cuerpos gloriosos. Brad Pitt, quizá el rostro masculino más laureado y valentiniano del Star System contemporáneo, vuelve a ser coprotagonista con Margot Robbie, y nos brinda una interpretación rotunda y fascinante. Es portador de los últimos estertores del cine clásico y del método Stanislavski, desde escenas como la charla telefónica con Gloria Swanson hasta sus cogorzas más letales. Robbie, por otro lado, centra su esfuerzo en la energía y el desborde, pero no en la concreción. Le es muy difícil huir de la imagen de sex symbol que se ha cimentado sobre su persona, pero su esfuerzo por comerse la pantalla es más que encomiable.
La gran sorpresa es sin duda Tobey Maguire y las escenas que protagoniza. Las cavernas por las que se mueve devienen un puente conceptual hacia el pasado, nada literal, hacia la idea de ruina y de fósil. Son las únicas escenas en las que Chazelle pone imágenes allí donde son necesarias, caracterizadas por la ambigüedad y el claroscuro. Los grandes maestros del cine afirmaban que los creadores debían filmar desde los indicios, para poner al espectador en un lugar privilegiado. Las ruinas son imágenes incompletas, pues llegan demasiado tarde, y los esbozos lo son también, pues llegan demasiado pronto, escribe José Luis Guerín. Trabajar desde las ruinas y los esbozos permite que los espectadores completen las imágenes desde su predisposición activa, y se hagan suya la película. El trabajo de Chazelle a nivel escenográfico, de la mano de Maguire, es lo más destacado de la película, que funciona a través de un conglomerado de set pieces.
Es evidente que a día de hoy el espectador reclama una experiencia única y vívida en la sala de cine, circunstancia que puede ser indicativa de aspectos positivos y negativos. “Babylon” se inscribe en la liga de película comercial que quiere destacar por la magnitud de su producción y por la supuesta libertad narrativa que autoproclama. Si bien atesora mucho potencial para lograr que la audiencia no desconecte de la pantalla a lo largo de tres horas, su sobrecarga de estímulos y su discurso sobre el pasado se agota muy deprisa. El espectador contemporáneo es muy resabiado, no se asombra por nada y está encadenado a un cúmulo de referencias desplegadas hacia todas direcciones. En su lectura más negativa, es una película para devotos del exceso, la crisis creativa y la superfluidad. Con todo, “Babylon” es un gran navío muy consciente de sus virtudes y desperfectos, una experiencia inolvidable.
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