Nov 30, 2013 Dani Arrébola Críticas 0
Pro.: Kaoru Matsuzaki, Hijiri Taguchi Gui.: Hirokazu Kore-eda
Int.: Masaharu Fukuyama, Machiko OnoYôko Maki
Los grandes clásicos del cine japonés –Mizoguchi, Imamura, Ozu, Kurosawa, Oshima…- han dado paso a otra generación, posiblemente igual de brillante, en la que destacan Miike, Kitano, Kawase y, en los últimos años por encima de todos, Kore-eda. Que no es un recién llegado; nacido en Tokio en 1962, comenzó su carrera en 1989 como documentalista, para pasar a la ficción en 1998. Un año después dirigió su primer largo importante, Distance, al que siguieron Nadie sabe, Hana y Still walking, que lo consagraron internacionalmente. Después vinieron Air doll y Kiseki (Milagro). Un currículum formidable.
Hirokazu Kore-eda se ha ocupado a menudo de retratar la familia –una constante en el cine japonés- y, con evidente insistencia, la infancia. Los niños son protagonistas absolutos en otras de sus películas, y en De tal padre, tal hijo, aunque involuntariamente, también. Ryota y Midori Nonomiya son padres de un crío de seis años, Keita. Son un matrimonio adinerado, Ryota es un arquitecto de éxito y un hombre serio, y en su familia no falta de nada, incluida la mejor educación para su hijo. Por su parte, Yudai y Yukari Saiki, que también tienen un chaval de la misma edad, Ryusei –y dos críos más-, son una pareja de clase media, que viven gracias a la modesta tienda con la que abastecen al barrio.
Las dos parejas parecen afrontar el futuro con tranquilidad y –en distinto grado- cierta esperanza, cuando se ven envueltos en el drama más inesperado. Los padres de Keita y Ryusei reciben a la vez la terrible noticia: por un error, o quizá una negligencia del personal del hospital donde Midori y Yukari dieron a luz el mismo día… los bebés fueron cambiados. La impresión, la incredulidad, el desconcierto y la rabia se suceden en ambas familias. No importa revelar estos hechos, porque son tan solo el punto de partida del conflicto; y porque cualquier intento de reflexión inmediata carecería de sentido, seguramente, sin su conocimiento.
El dilema se presenta en este momento a los protagonistas, y es pavoroso. La realidad se impone, el dolor y la incertidumbre los arrasan y los consumen ¿Deben devolverse los niños, sacándolos del que ha sido su ambiente, haciéndolos cambiar de padres y llevándolos a un entorno extraño, como si el pasado –los seis años de iniciación a la vida- no hubiera existido? ¿Puede hacerse cargo un matrimonio de los dos niños, el que creía suyo y el que lo es de verdad, arrebatándoselo al otro? ¿Es posible –terrible perspectiva- olvidar lo ocurrido y continuar como antes, como si nada hubiera cambiado, como si el error no se hubiera descubierto?
El guion profundiza sabiamente en el desarrollo de sus personajes: unos seres enfrentados a un problema, que es único pero que cada uno vive de una forma. Los padres –ellos: Ryota y Yudai- son diametralmente opuestos: uno, frío, orgulloso, poco afectuoso; el otro, modesto, cordial y cercano. Los niños también son muy distintos, según la familia y la educación con la que han crecido: tímido y respetuoso Keita, alegre y travieso Ryusei. Solo las madres se acercan, sus miradas y sus gestos confluyen; hasta obtienen cierto parecido físico. Y no es una caracterización casual: ambas han parido a sus hijos y han criado al de la otra pensando y sintiéndolo suyo. ¿Cómo querer ahora a uno más que otro?
Hirokazu Kore-eda se interroga acerca de la paternidad. Los niños ya no están solos como en Nadie sabe y en Kiseki-, pero casi. La secuencia en la que uno de los críos se escapa y corre por un sendero mientras uno de los padres –suyo o no, tanto da- camina por otro, tratando de ir a su encuentro, es reveladora. ¿Un padre verdadero, un padre cambiado, un padre lejanísimo…? El personaje de Ryota, que también es hijo –Como padre, como hijo es el título original-, da sentido moral a la historia y vertebra el relato hacia su final. Es como el gozne que articula la delicada y difusa propuesta de Kore-eda: quizá la familia sea posible con dos padres, dos madres, y todos los hijos juntos.
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