May 21, 2023 Arnau Martín Camarasa Cannes 2023, Críticas, Mundo APTC 0
Lisandro Alonso entiende el cine como un santuario o una crisálida, y lo despoja de lo accesorio. La magníficamente intrincada «Eureka» se abre hacia muchas direcciones, y se demuestra que su hacedor ha interiorizado las constantes de sus predecesores del cine moderno. El prólogo, que rima directamente con su anterior largometraje, “Jauja”, relee el western desde un impoluto blanco y negro, evidenciando que el diseño del cine primitivo sigue resonando en la contemporaneidad. Viggo Mortensen, que está maravilloso en su papel de cowboy en busca de su hija, se transforma inmediatamente en Harry Carey, luciendo nuevamente su variedad de registros. Alonso piensa no sólo en las imágenes que concibe, sino también a qué tradición remiten y qué tipo de abstracción generan. Hay un respeto por el tiempo y por el cuerpo, en un discurso que se abre hacia muchas direcciones y emplea los referentes de la Modernidad como fundamento creativo. “Jauja” se prolonga y muta, del mismo modo que los propios protagonistas, hasta devenir “Eureka”, un camino que no pretende ir hacia ningún lugar específico, que es puro meandro.
La poética del plano fijo, tal y como lo conciben otros maestros del cine reciente como Tsai Ming-liang o Apichatpong Weerasethakul, también impregna el discurso de “Eureka”, pero la mirada de Alonso se ajusta a la cuestión del deambular, prototípico de los años 60 y 70, mientras recorre la jungla y filma respetuosamente los personajes que la habitan. Alonso obedece sus tiempos, se amolda a ellos paulatinamente, para que la información gráfica sea captada por el espectador sin forcejeos.
En «Eureka» predomina la sensación de que el espectador afronta un relato que se extiende y se ramifica sobre la marcha, como si Alonso también bebiese de los tiempos muertos de David Lynch. Incluso a los mismos espacios y objetos, como el coche de policía que patrulla de noche o la sala de juegos que también veíamos en la última temporada de «Twin Peaks». Hay una pátina de humor gestual y absurdo en la primera hora que también es deudor del maestro norteamericano. Sin embargo, el protagonismo de esta película es una sombra que se va delegando de figura en figura, haciendo honor al propósito de la película: devenir una brecha entre presente, pasado y futuro, hasta congelar las imágenes en un tiempo indeterminado.
El peligro que afronta este film, y que el cineasta sortea con astucia, es que se asemeje en demasía a sus referentes, pero es en parte gracias a su cierre redondo y extraordinario que el director logra una asombrosa coherencia interna. Hay una importante lectura política en la ejecución, en relación con los pueblos amerindios que siempre quedaron fuera de la Historia. En ese sentido, Lisandro Alonso es un viajero que rescata cuerpos que a nadie importaron, y los devuelve a la vida.
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